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Alberto Moyano

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Leyendo la prensa de Madrid, uno encuentra fenomenales argumentos en contra de la independencia de Cataluña y otros, sencillamente bochonornosos, pero ni uno solo que rebata la afirmación de Cameron de que ” “no se puede tratar de ignorar las cuestiones de nacionalidad e independencia, hay que afrontarlas y dejar que la gente decida”. Desde el resto de España se ha malinterpretado el fenómeno político surgido en Cataluña, atribuyendo a los partidos una supuesta impostura nacionalista en un intento de desviar el foco de atención de sus miserias, cuando todo apunta a que ha sido justo al revés: las formaciones políticas se han visto obligadas a cabalgar la ola independentista propulsada por la ciudadanía.

Un error de diagnóstico siempre desemboca en un tratamiento fallido. Desde que irrumpió en escena lo que se ha dado en llamar el “desafío secesionista”, la única respuesta que han recibido los ciudadanos catalanes han sido amenazas, insultos, desdén y estrambotes como el del presidente extremeño que, tras anunciar en vísperas de la Diada que no aplicará en su comunidad los recortes aprobados en Madrid, olvidó explicar con qué dinero lo evitará, dado el erial económico de un territorio al que ni tres décadas de subsidios europeos han logrado sacar del subdesarrollo. Perdida toda esperanza en España como proyecto político mínimamente atractivo, todas las esperanzas de los opuestos a la consulta se cifran en que la UE expulse a Cataluña del euro, una cuestión de peso para abortar la secesión, aunque un tanto pobre a la hora de conformar una nación libre.

En Cataluña no se da tanto un fenómeno nacionalista como uno independentista, no es tanto la exaltación de lo propio como la desafección hacia lo ajeno lo que alienta la cadena humana. Por resumirlo gráficamente:  no es la senyera, es la estelada.  La cadena humana que unió Riga, Vilna y Tallín en favor de la independencia de las tres repúblicas bálticas fue exitosa porque se produjo en un estado en descomposición. Por el contrario, la Vía Catalana tendrá lugar hoy en un país ya descompuesto que, no obstante, ha hallado en esa penosa situación una forma de vida como cualquier otra. A ese puré de inmundicias que lo fagocita todo -con descomunales metástasis en la Plaza de Sant Jaume- es a lo a lo que se enfrenta la Vía Catalana. Ahí, y no en las Fuerzas Armadas, residen los infranqueables muros de la ciudadela española.

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