Con una celeridad impropia de un ejecutivo presidido por Rajoy, el Gobierno ya ha salido al paso del “desafío” independentista catalán asegurando que “la labor de los políticos es unir”, una declaraciones que suscribiría a ciegas cualquier líder norcoreano por su profundo calado mendaz. Una actitud consecuente con este extraño postulado obligaría al Gobierno en pleno a presentar de inmediato su dimisión irrevocable, dada la demostrada capacidad del PP para exacerbar los sentimientos independentistas entre la población catalana -por no hablar de la vasca-, de tal forma que la llegada de los ‘populares’ al poder desemboca indefectiblemente en la pleamar secesionista. He aquí las dimensiones como estadistas de quienes nos gobiernan.
Sucede además que los postulados éticos que irradia Génova suelen ser en ‘B’. Así, frente a la masacre del 11-M su única preocupación fue evitar la unidad de los españoles, así fuera recurriendo y alentando las teorías más estrambóticas. Idéntica actitud a la que adoptó frente al Gobierno del PSOE durante la penúltima tregua de ETA, en la que los ‘populares’ dividieron a los españoles entre vivos y muertos, siendo ZP el traidor de estos últimos, según reveló la virgen de Fátima a unos pastorcillos. La lista de asuntos en los que las labores del PP se han centrado exclusivamente en la creación y ahondamiento de la división social resulta interminable, desde el divorcio y el aborto hasta el matrimonio homosexual.
Pero es que las sociedades democráticas se basan en la división. Es más, la existencia de ésta es la que justifica la de aquélla. En un estado de unanimidad sobran todos los partidos políticos y sus correspondientes tesoreros. La obligación de los partidos es gestionar estas diferencias y articular los vehículos de expresión para que la voluntad mayoritaria pueda llevarse a cabo, sin más limitación que las leyes y los jueces, siempre y cuando a estos últimos no los nombren y destituyan a su gusto los propios políticos. En cuanto a Cataluña, en donde el PP repta por el subsuelo electoral dado su escaso predicamente incluso entre la ciudadanía que se opone a la consulta popular, el ministro del Interior replicó ayer que la mayoría de los catalanes no se habían manifestado. Razón de más para no temer nada de una eventual consulta. Trasladar la doble contabilidad también a los resultados electorales sería ir demasiado lejos, hasta para el partido con sede en Génova.