Como a todos los pueblos ancestrales e incluso a aquéllos de reciente invención, a los vascos nos encanta contarnos a nosotros mismos y, por qué no, también que nos cuenten los demás.
Todo intérprete tiene sus registros. Nosotros encontramos nuestro mejor perfil en el sufrimiento, ya sea padecido o inflingido a otro.
No falta un relato compartido, sino una audiencia colectiva. Los vascos se dividen entre quienes ven ‘La pelota vasca’ y quienes ven las películas de Iñaki Arteta. Ni que decir tiene que son dos compartimentos estancos.
La liturgia se repite cada año. En 2012, ‘Pura vida’ ocupó ese lugar que parecía reservado para ‘Ventanas al interior’. Su sustituta natural, ‘Mariposas en el hierro’, pasó desapercibida.
En este contexto se sitúa el fervor hacia ‘Asier eta biok’, primera película de esta edición en agotar la taquilla.
‘Asier eta biok’ aparece disfrazada de relato de amistad con pistola al fondo, pero es en realidad una suerte de autobiografía. Lo curioso es que, con habilidad, Merino la utiliza para ocultarse.
En la película, conoceremos a Aitor e iremos conociendo a Asier. Nos quedaremos en puertas de su amistad, cuyas claves permanecen encriptadas para el espectador.
Más allá de la prosopopeya y los discursos, Asier ansía darse. Podría haber sido misionero o activista contra el calentamiento global, pero acaba militando en ETA. La película indaga en los límites entre el compromiso y el arrebato, entre la propia generosidad y el derecho a despojar de todo a los demás.
La pistola tiene su importancia simbólica. Las fotos del abuelo de Asier durante la Guerra Civil demuestran que la portaba y esto es motivo de controversia familiar. En el momento de su detención en Francia, Asier iba desarmado, el único entre los cuatro arrestados en la redada. Una paradoja.
Asier es alguien capaz de contemplar sus ocho años de prisión en clave de una lucha de liberación que se prolonga desde hace siglos.
Lo cual no deja de ser sintomático porque resulta un tanto egocéntrico pensar que la resolución de un conflicto atávico coincidirá precisamente con la fugacidad de la propia existencia.
Los deleznables tópicos sobre los mecanismos de transmisión del odio quedan desmontados. Hija de exiliados, viuda de lo que se podría considerar una víctima del conflicto, a la madre de Asier se le acumulan los motivos.
La señora aquilata, por el contrario, su propio suelo ético. Negocia con la realidad, pero no pacta teorías del contexto: apoyo incondicional a su hijo y rechazo tajante a la violencia.
La peripecia vital de Asier ilustra el viaje que va del antimilitarismo a la asunción de todas y cada una de las acciones de ETA, incluidas aquéllas con las que discreparía. Esto es, acaba convertido en el más disciplinado de los soldados. Otra paradoja.
Si la comedia es tragedia más tiempo, es evidente que el reloj ya se ha puesto en marcha, tal y como certifica esta película. En cuanto a Merino y Aranguren, su amistad sólo les pertenece a ellos y a nadie más, que para eso la han cultivado tantos años.