En España, el paro ejecuta ascensiones cada vez más bellas. A base de practicar, se está rozando la perfección en la práctica del himalayismo del desempleo. Los mismos que anunciaron con alborozo la creación de 31 puestos de trabajo durante el mes de agosto, a razón de uno al día en un contexto nacional de seis millones de parados, redoblan su alegría al comprobar que en septiembre 25.572 personas perdieron su empleo, la mejor subida del paro en los últimos años. Si septiembre ya es un mes tradicionalmente malo, qué decir de en un país en el que el mejor trimestre del año siempre es el quinto.
Bergoglio, el último ’15-M’ -en el sentido de que acaba de descubrir la confortable hamaca de la indignación-, se lamentaba ayer de que la Curia vaticana se ha olvidado de la realidad. El Gobierno español hace tiempo que arrastra esta patología. Ahora mismo, estamos en manos de un club de psicópatas, no por vocación, sino a causa de que a veces la función crea el órgano y en otras, la disfunción lo destruye. En los recovecos de las estadísticas se evaporó la empatía, un mecanismo de defensa como otro cualquiera con el que afrontar el desmán. Fátima Báñez no se niega a poner rostro al desempleo, tan sólo encuentra inconcebible que lo tenga.
Que el paro haya subido el mes pasado un 60% menos que en septiembre del pasado año debe leerse en la misma clave la prensa rosa utiliza para descifrar a Froilán: “Ofrece un mal comportamiento, pero tiene buen fondo”. En el coro, los sectores más lamentables de la sociedad aúllan el “es que hay mucha economía sumergida”, pero ni la existencia de un millón de submarinistas fiscales explicarían el predicamento de la orden contemplativa entre todos los demás. La recuperación llegará en el primer semestre en cuanto el Gobierno decrete que los años se dividen en dos meses: subida y bajada.