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Alberto Moyano

El jukebox

Te llamo luego, que estoy revisionando 'La muerte de Mikel'

Primero el huevo, luego el fuero.

La publicación ayer en el DV de una información en la que se daba cuenta de la actividad profesional del ya ex presidente de la Eusko Etxea de Nueva York, Aitzol Azurtza, como actor y productor de películas para adultos abrió la caja de Pandora, de la cual se podrán decir muchas cosas, pero no que defraude: siempre salen cosas interesantes. El hecho de que la información viniera firmada por el mismo periodista y en el mismo medio que esta misma semana desvelaba que Urkullu había vetado la emisión del vídeo del alcalde de Donostia, Juan Karlos Izagirre, en la Eusko Etxea no impidió que la legión de astutos habituales concluyera de inmediato que estábamos ante la venganza del lehendakari. Un detalle sin importancia. Vayamos al fuero.

Las mentes interesadas siempre se acaban citando con las simples. A partir de ahí, hacen síntesis y se desata la ceremonia de la confusión, a ver qué rascamos. Así, lo que es una actividad profesional ampliamente publicitada se transforma “porque yo lo digo” en una cuestión privada perteneciente al ámbito personal. Los menos lúcidos concluyen que el periodista ha entrado en la alcoba de Azurtza, cuando tan sólo ha entrado en una decena de páginas webs colgadas por el propio interesado con el objetivo de que las vea el mayor número posible de personas. “¡Intolerable!”, exclaman -como siempre, faltaría más-, indiganos. Para entonces, los más espabiladillos ya estaban en el campanario, tocando a rebato. Atentos: se exige la inmediata intervención de Gehitu, el pronunciamiento de los políticos gays y hasta el desembarco del Ararteko.

En pleno carnaval, los bolivarianos, los indigenistas y hasta los procubanos -lo que hay que ver-, que callan como meretrices cada vez que el oficialismo caraqueño tacha de “maricón” a Capriles, cada vez que Evo Morales advierte de los riesgos de homosexualidad sobrevenida mediante la ingesta de pollo o cada vez que Correa despotrica contra el matrimonio gay -y de Cuba mejor no hablamos-, bramaron: ¡homofobia!. Por cierto, todas estas mamarrachadas se acogen con desdén por parte de la izquierda transformadora, atribuyéndolo a la herencia española, ya lo dijo Galeano, en un gesto de repugnante paternalismo que reduce a los dirigentes latinoamericanos a perpetuos menores de edad postrados ante Cortés y Pizarro, en una pirueta argumental que no tendría un pase si los homófobos españoles apelaran en su defensa a la presión de los Reyes Católicos.

Volvamos al caso Azurtza. “¡Homofobia!”, exclamaban paradójicamente como un sólo hombre los agerridos enemigos del Pensamiento Único. La oportunidad la pintaban calva y ayer era un día tan bueno como cualquier otro para disfrazarse de luchador por la igualdad. Así, el visionado de varias decenas de páginas webs colgadas por el propio interesado para publicitar su trabajo se convirtió en una intolerable intromisión en su intimidad. En el paroxismo de la indignación, hubo incluso quién consideró la información un ataque a la libertad sexual porque, más allá de la hojarasca, la cuestión desnuda y pelada es que hay quienes consideran que trabajar en el cine para adultos supone un desprestigio enorme y la bancarrota moral. Por contra, una vida sexual regida bajo los parámetros del matrimonio -católico, en el caso de Urkullu-, demostraría de forma irrefutable la superiodidad moral del inquilino de Ajuria Enea. ¿A quién va a creer la gente -vienen a decir los izquiedo-transformadores-, a un hombre de vida disoluta o un vasco de orden? En realidad, todo esto se inscribe en la tradición de cierta -no toda- progresía sacristona que simula tolerar la homosexualidad, pero que no termina de tragar con ella por considerarlo una franquicia del amor libre, históricamente, otro gran enemigo de clase. De ahí que algunos disfrazaron su propio escándalo bajo el manifiesto temor a que se escandalizaran las señoras de estricta observancia jeltzale, las cuales, dicho sea de paso, no han respirado hasta el momento, posiblemente porque el tema se la sopla.

Por cierto, la última vez que vi en pantalla de cine un pene de dimensiones considerables eyaculando copiosamente en la boca de una actriz fue durante una proyección de la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. La película, titulada ‘Nine Songs’, venía firmada por el muy progresista director Michael Winterbottom, autor de varias cintas sobre la doctrina del shock, las tropelías militares en Afganistán o los desmanes de Guantánamo. Llegado el momento de la ruedad de prensa, nadie cuestionó el prestigio del director, ni la integridad moral de los actores, a los que nadie preguntó si se habían sentido utilizados sexualmente. Quizás Azurtza olvidó revestir su profesión bajo dos capas del infalible barniz intelectual. Quizás hubiéramos soportado entonces otras acusaciones, las de ocultar el activismo de Aitzol en favor de la visibilización de gays y lesbianas, quién sabe. He aquí las demarcaciones del fariseísmo rampante.

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