Lo más llamativo de los cánticos e improperios que ayer, como habitualmente, se lanzaron desde la grada del club de Torrente (4,5 millones de espectadores, 23% de share) y del príncipe de Asturias (muy bien valorado en todas las encuestas) no son los insultos a los vascos en general, ni las burlas a una víctima mortal de un aficionado colchonero en particular, sino la ensayadísima y perfecta indiferencia con la que federación, directiva del equipo, prensa madrileña y resto de espectadores del estadio acogieron estas demostraciones públicas de afasia.

Para una actividad tan preñada de valores positivos como -se nos dijo- es la deportiva, para “una ciudad abierta en la que a nadie le preguntan de dónde viene”, y para un país que presume de carecer de extrema derecha y de aquilatar ‘transiciones ejemplares’ y ‘suelos éticos’ no está mal. Se comprende que estando el balón en juego la gente mire hacia otro lado, según la popularizada expresión; más extravagante resulta que también oiga hacia otro lado. Desde un punto de vista más o menos vasco, tampoco conviene sobreactuar, ni regodearse en el hecho diferencial: futbolistas negros, magrebíes y latinoamericanos son igualmente objeto de vejaciones, adaptadas a cada uno de los casos,  por parte de los sin dos dedos de Frente Atlético. Los homosexuales se libran de momento, gracias exclusivamente a que tal condición no afecta a la pigmentación de la piel.

Se dirá, y con razón, que en los campos vascos sucede otro tanto, pero a diferencia de lo que ocurre con la afición del Calderón y dejando a un lado la presencia de concursantes de ‘Gran Hermano’ y al menos un asesino convicto en sus filas, el comportamiento de los seguidores de Athletic y Real en los choques europeos suele ser impecable, en palabras del equipo rival. Quizás estamos otra vez atrapados en la irresoluble cuestión de una convivencia que se revela muy complicada, sino imposible, cada vez que cuando una de las partes quiere elevar el diapasón del insulto se ve obligado a recurrir al que entiende como el superlativo de “hijo de puta”: “Son españoles, los vascos son españoles”.