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Alberto Moyano

El jukebox

Otra canción sobre la lluvia

Jamás creí que el futuro del periodismo se convertiría con el tiempo en todo un género periodístico, pero así ha sucedido. Ningún tema de actualidad ha copado en los últimos años tanto espacio en los medios como el porvenir de esta profesión, que en realidad es un oficio, a excepción quizás del 11-S y el terrorismo islámico. El estudio de hacia dónde caminan los periódicos, cuál es el porvenir de los medios, cómo sobrevivir a internet, qué busca el lector, la mejor forma de organizar las redacciones y, en definitiva, todo eso que, por sintetizar, los gurús del ramo engloban bajo el sugerente epígrafe de “cambio de paradigma”, amenaza con acaparar buena parte de la jornada laboral de cualquier redactor, amén de páginas y más páginas.

Un fenómeno, en principio tan tedioso como cualquier otro ligado a la endogmia laboral, ha terminado por convertirse en apasionante. Amante de la ficción, no me salto la lectura de una sola pieza que verse sobre el tema y mi disfrute es directamente proporcional al número de imaginativas soluciones que proponga el autor del texto, da lo mismo en qué formato. En este punto, hay que consignar que en el mundo del periodismo hoy en día no eres nadie si no has publicado al menos un par de artículos bajo títulos tan campanudos como “internet, ¿crisis u oportunidad?”. Este fenómeno ha provocado la asilvestrada proliferación de una literatura de cuya eficacia da cuenta el hecho de que su irrupción sólo ha aumentado el desconcierto.

El periodismo es a día de hoy un paciente y como tal, la gravedad de su estado viene determinada por el número de especialistas implicados en su recuperación. Cualquier enfermo sabe que si el médico de cabecera te deriva al oftalmólogo y éste, al neurólogo es que la cosa se complica. Era una sospecha, pero ya es una certeza: salvar el periodismo se ha convertido en la industria de todos aquellos que un día se tomaron al pie de la letra aquello de buscarse “un nuevo modelo de negocio” y no hallaron hueco en los gabinetes de comunicación. Puede que el oficio agonice -a veces, lo dudo-, pero por el camino hemos recuperado el hábito de la adjetivación, tan desdeñado por la profesión hasta que descubrió que servía para autodefinirse: periodismo ciudadano, periodismo comprometido, periodismo responsable y -en el colmo de la desfachatez-, periodismo humano… Lo último en esta línea acaba de llegar a las tiendas esta misma semana y consiste en autoformularse un interrogante: “¿por qué nos hicimos periodistas?” Y ésta creo que sí me la sé: para hacer preguntas y dejar a otros las respuestas.

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