Una lectura torticera de los acontecimientos registrados en las tres últimas décadas en Navarra llevaría a concluir que la corrupción es intrínseca al constitucionalismo, aunque un vistazo al mapa de España bastaría para comprobar que no estamos ante otra esquina del hecho diferencial, ante un fenómeno generalizado y de la mano de los mismos. Sí es cierto que la comunidad foral despunta en podredumbre a la vista de que no se trata de un territorio costero, pero cualquier castellano-manchego orgulloso reivindicará a continuación el mal nombre de Cospedal. Formulémoslo de otra forma: no hay comunidad autónoma en toda España en la que la corrupción goce de semejante grado de comprensión e incluso amparo, a veces como ahora, a niveles de unanimidad. Es habitual que en el barbecho de la tolerancia política y social florezca la planta del “yo o los fachas” y del “yo o el rojerío”, pero Navarra ve la apuesta y la sube: “Yo o los vascos”. A la hora de las tropelías, “Navarra será lo que quieran los navarros”; cuando los desmanes salen a la luz, pasa a ser “un asunto de estado que compete al conjunto de los españoles”. Los motivos son los mismos por los cuales que los delitos de terrorismo se juzgan en la Audiencia Nacional: no se puede dejar un asunto tan crucial en manos de los principales afectados, aunque sólo sea por responsabilidad.
Los niveles de indecencia que acumula el Gobierno de Barcina resultan asfixiantes incluso para la media española. No obstante, en cualquier sondeo realizado en Leganés -es un decir- saldría como la política navarra mejor valorada, a nada que se mencione que entre sus rivales los hay incluso algunos con apellido vasco. Y ni siquiera el hecho de que facturara dietas dobles o triples a precio de banquete de bodas alteraría un ápice el resultado. El silencio mediático que campa sobre Navarra cuando se trata de explicar la reducción a cero de una caja que llegó a estar valorada en mil millones de euros estalla en pedazos cuando el mero hecho de preguntar por el dinero te convierte en más sospechoso de abertzalismo que de ultrajado. Ahora, obligada por las circunstancias, Barcina juguetea con la posibilidad de que haya comicios en mayo, pero nunca un anticipo electoral habría llegado con semejante demora. En especial, para la convocante y su despechado socio. Nos disponemos a asistir a las primeras elecciones en las que el votante será emplazado a elegir, no ya entre el sano navarrismo o el anexionismo vasco, sino directamente entre lo que sea y ETA. Así de suelta anda la desesperación.