Pues sí: los innumerables crímenes cometidos durante el interminable franquismo quedaron jurídicamente impunes; en efecto, nunca se llegó hasta el final en el esclarecimiento de la trama de los GAL y ni uno sólo de quienes fueron encausados llegó a cumplir sus penas; por supuesto, ETA (pm) fue indultada masivamente mediante una amnistía encubierta que soslayó la entrega de las armas, de los dineros y de las informaciones que hubiera permitido resolver buena parte de los 314 atentados mortales cuyo esclarecimiento reclama la AVT. Bien: ¿y qué?
Resulta hasta enternecedor ponerse a analizar los porcentajes de partidarios de una cosa, de la otra o de la contraria que arroja el Sociómetro Vasco sobre Paz y Convivencia. Las iniciativas recogidas en el anterior párrafo fueron acometidas en el nombre del pragmatismo, se llevaron a cabo desde el poder sobre un cálculo de pérdidas/ganancias levantado en términos de intereses políticos y la voluntad popular no tuvo ningún papel en todo aquello, más allá de que en algunos casos coincidiera y en otros, no. Hasta ‘Billy El Niño’ estaría en condiciones de enumerar los incontables beneficios que acarreó la amnistía de 1977; incluso el último militante socialista reconocerá que la excacerlación de Galindo decretada por ZP en contra de la opinión de los tribunales tuvo un coste cero; y no hay baldosín del suelo ético que no aplauda retrospectivamente la operación que permitió la autodisolución ‘polimili’.
Desde diversos sectores se invocan ahora estos precedentes para animar un final de ETA en similares términos y resultado es una melancólica constatación de que los agravios comparativos existen, pero carecen de recorrido por cuanto se tienden a agotarse en su enunciado. El cansancio ciudadano en torno a este tema es palmario. ETA siempre desconfió del músculo social abertzale para sacar adelante su proyecto, de ahí su actividad armada. En este sentido, baste recordar que incluso la multitudinaria manifestación de enero en Bilbao se quedó muy lejos, lejísimos, en cuanto a porcentaje de participantes sobre la población total del País Vasco, de las cosechadas en cualquiera de las dos última Diadas.
Se puede insistir hasta el agotamiento en las razones que aconsejarían un acercamiento de presos, la excarcelación de los más veteranos o incluso de los enfermos incurables. En líneas generales, será estéril. La lenta desaparición de ETA sigue una inexorable línea que no atienda a razones, sino a razonamientos. Todo esto no tiene nada que ver con exigencias éticas, una rama de la industria de la autojustificación como cualquier otra, sino con posicionamientos en el mercado electoral. Así, en Moncloa y Lakua como en la izquierda abertzale. Los argumentos en favor de cualquier cosa quedan restringidos al terreno de las tertulias; sólo las frías estimaciones extraídas de operar con las variables ‘ventajas’ e ‘inconvenientes’ rigen las actuaciones de cada uno de los actores. Únicamente desde esta perspectiva se entiende todo, lo que ha pasado y todo apunta a que también lo que va a pasar.