España es farsante en sus discursos, pero abruma la sinceridad de sus actos. La imagen de miles de personas formando unas colas que jamás harían para ejercer el desacreditado derecho al voto con el objetivo de despedir a quien lo reinstauró constituye el ejemplo perfecto de la impostura, metáfora de una democracia un tanto eviscerada, según el consenso general. De ser cierta la hipótesis de que Suárez trajo la democracia, también lo es que lo hizo sin que la mayoría se lo pidiera y defraudando profundamente a la minoría restante. En contra de los libros de texto, el ex ministro del Movimiento Nacional discrepaba. “Yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto (…) El pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables… (…) No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo”. Estas declaraciones datan de 1980, tomen nota los feligreses del relato compartido. De igual forma, los heraldos del actual descrédito de la política que invocan con nostalgia la altura de miras de una época que sólo existió en su imaginación, harían bien en apuntar cómo al comentario de que “cada día la gente se siente menos representada por sus políticos” porque “tiene la sensación de que en el Parlamento sólo se juega a hacer política de partidos”, el entonces presidente del Gobierno se adelanta unas décadas a UPyD e incluso a los ‘indignados’: «Es verdad. Somos todos. Somos los políticos. Los profesionales de la Administración… La imagen que ofrecemos es terrible”. Y sin embargo, un clamor unánime exige ahora volver a aquella inexistente época de la “política con mayúsculas”. En cuanto a esa izquierda española que hoy en día insta a leer la prensa extranjera para informarse realmente de las supuestas proezas con las que está poniendo al sistema contra las cuerdas, reseñar que con semejante derroche de egolatría se postula como la legítima heredera de aquel Santiago Carrillo estéril que todas las navidades anunciaba la inminente caída del franquismo, sin que se animara en cuarenta años a convocar una sola huelga general.. Qué es lo que hizo el dirigente comunista cuando finalmente la dictadura evacuó, que no cayó, es algo sabido por todos. De metáfora en metáfora, sirva el rebautismo del aeropuerto Adolfo Suárez para recordar la importancia de aterrizar de vez en cuando en la ‘realidad’, ciertamente, una pista pésimamente asfaltada.