Aún a riesgo de pasar por españolazo o abertzale, debo decir que quienes afirman que las banderas son trapos se aplican con esmero en la técnica reduccionista que desemboca en el simplismo. Tampoco las fotografías son simplemente un papel y esto se demuestra mediante un simple ejercicio: a nadie le gustaría que le quemaran delante de sus narices una instánea de sus padres. Hay quien acostumbra a poner una bandera en su lugar de trabajo con la misma naturalidad con la que otros colocan fotos de sus hijos en el hogar, y viceversa, prueba quizás de nuestra identidad, más fragmentaria que monolítica. Dicho lo cual, otra cosa es qué importancia le da cada cual al álbum familiar. Como Orson Welles en lo alto de la noria del Prater, me pregunto cuántas fotografías familiares conservaríamos si nos ofrecieran un billete de cincuenta euros por cada una que estuviéramos dispuestos a vender. Y hasta aquí, porque el símil no se sostiene si sustituimos las fotos por banderas.
Aún a riesgo de pasar por ciudadano del mundo o cosmopolita, debo decir que no hay ikurriña o rojigualda que me causen unos sentimientos tan intensos, conmovedores y de una entrega incondicional comparable a los que despierta en lo más hondo de mí una mera tarjeta de embarque. No hay 12 de octubre, ni domingo de resurrección que me exciten la mitad que el día de la partida, incluso me atrevería a decir que el de la víspera. Lo que siento ante una simple estación de tren es algo que ni por asomo me despierta monumento nacional alguno, ni tumba del soldado desconocido o por conocer, y no hay himno que suene mejor a mis oídos que la letra del prosaico “por favor, procedan a embarcar por la puerta 7”. En cuanto a los poemas de exaltación nacional, me quedo con “fasten your belt”, lástima que lo acompañe el omnipresente “no smoking”.
Y para que no me acusen de equidistante, también debo decir finalmente que por muy grande que sea la bandera española que ondee en lo alto del mástil, su contemplación apenas me infunde ánimos como para invadir Perejil, mientras que apenas veo una ikurriña de tamaño corriente ya me entran ganas de coger a Pasang Temba y subirme al Everest.