La Justicia debería ser ciega, pero eso no significa que le convenga ofuscarse. Cuando Arnaldo Otegi proclamó en sede judicial aquello de que “ETA sobra y estorba”, el tribunal empezó a perder el juicio, por más que la Audiencia Nacional sea la continuación de Eurovegas por otros medios y al líder de la izquierda abertzale le tocara un tribunal presidido por Angela Murillo, por fortuna para todos, magistrada en Madrid y no administradora de una comunidad de vecinos. En la medida en la que los acontecimientos posteriores se han empeñado en reforzar las tesis de la defensa, la sentencia condenatoria ha perdido su precario vigor. Se dirá que la Justicia opera sobre pruebas y al margen de la opinión pública, pero la ecuación funciona también a la inversa en lo que respecta a la ciudadanía, y, en el País Vasco al menos, parece mayoritaria la convicción de que Otegi permanece encarcelado por razones tan ramplonas como políticas, así como que la Ley se ha podido hacer trampas en el ‘solitario’ para conseguirlo. A las sospechas de sumisión a los partidos, dependencia del legislativo, parcialidad a la carta, inoperancia permanente, arbitrariedad sonrojante y recurrente lentitud -ésta última, reconocida incluso por sus más altas instancias-, se le suma ahora la de monitorización suicida. Que con tres cuartas partes de una condena que dudosamente pasaría el filtro de Estrasburgo, el más alto Tribunal español mantenga al reo en prisión alegando que la resolución a su recurso es “inminente” suena a chiste. Tampoco deja de ser paradójico que en su afán punitivo el Constitucional se deje arrastrar públicamente a semejante charca porque en el terreno del prestigio social, los resultados son demoledores. Finalmente, Otegi saldrá de la cárcel, conviene recordarlo, y algunos -personas e instituciones- padecerán una importante ‘jibarización’. Me pregunto a qué llamamos “triunfo del terrorismo”.