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Alberto Moyano

El jukebox

El ello, el yo y el socio accionista

El mundo del fútbol se alza sobre varias falacias, no siendo  la menor de todas ellas aquella que sostiene que el forofo anhela  identificarse con su equipo. Si algún día fue cierto, ya no lo es. Justo al revés, exige que el equipo se construya a su imagen y semejanza y, sobre todo, de acuerdo con sus implacables designios. El hincha de nueva generación hace mucho tiempo que sabe más que cualquier entrenador por eso cada uno que llega nuevo le parece que empeora las prestaciones del anterior en un bucle interminable.  Ha cambiado el bombo por el gong y necesita que el mundo lo sepa. Ya no quiere jugadores en los que reconocerse, sino grandes estrellas que le rediman de sí mismo. Cada error debe pagarse al contado y a poder ser, en carne fresca. Así, no hay revés deportivo que no se pueda solucionar mediante los oportunos despidos y en esto el accionista de una sociedad anónima deportiva no se diferencia en gran cosa del de cualquier empresa que cotice en bolsa. Paradójicamente, los hay que  en otros órdenes de la vida se manifiestan como profundamente progresistas y hasta hacen síntesis con bacterias muy de izquierdas, pero que el cielo te proteja de trabajar a sus órdenes en el mundo laboral, a tenor del fervor con el que se entregan al ‘moobing’ digital sobre el objetivo de turno de sus odios caprichosos.

A todo esto, da completamente igual lo acertado o disparatado de sus argumentos, lo espeluznante es en qué términos se expresan éstos: vejaciones, motes, trato displicente, puñetazos encima de la mesa -teclado, en este caso– y, por encima de todo, ese machacón recordatorio, tan de ‘Los Santos Inocentes’: «Para eso les pagamos». Porque ya no se invoca el manoseado «para eso cobran»;  se ha ascendido un peldaño y ahora que todo el mundo se siente propietario, los términos del contrato afectivo se explicitan apuntando  con el dedo índice:  «Somos los dueños, que para eso pagamos», proclaman en lo que constituye un uso abusivo del plural mayestático. Y finalmente, todo esto enmarcado en su debido contexto porque del ensañamiento que algunos practican cabe concluir que extraen un cierto placer que, al menos hasta hace poco, se molestaban en disimular.

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