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Alberto Moyano

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El año de todas las ensaladas

Ya no recuerdo cuándo fue la primera vez que me preguntaron «oye, ¿ahí qué van a hacer?» desde que en los albores de este siglo comenzó a gestarse el proyecto de Tabakalera, aunque sí y a la perfección la última vez que lo hicieron: esta misma semana. Incluso no descarto que las dos veces fuera la misma persona. Tampoco sería capaz de fijar el momento en el que escuché por primera vez «oye, y eso del 2016, ¿qué es?», aunque supongo que fue a finales de la década pasada. Las respuestas han ido variando a lo largo de tiempo, pero manteniendo en todo momento su carácter intercambiable: «Una fábrica de cultura», «un programa para la convivencia», «un centro de creación», «una oportunidad para mejorar la ciudad, a la vez que a nosotros mismos». En algún momento de todo este proceso, llegué a responder:«Arteleku será el corazón del proyecto», como si esta frase por sí sola lo explicara todo. Lo cierto es que Arteleku acabó luego a varios kilómetros de Tabakalera, en una operación con la que aún ni sueñan los mejores cardiólogos del mundo, pese a los innegables avances de la medicina en este campo. Superada la etapa en la que contestaba «un conjunto de actividades en el que todo tendrá su lugar», ahora, en vísperas de todo, me limito a un «no sé» o un «ni idea», en función del día. En medio de toda esta ceremonia de la confusión, haría autocrítica, pero me resulta del todo imposible a la vista de que contra el mismo muro que topé yo se estrellaron todos.

 

Que nadie lea crítica alguna en estas líneas. En el caso de la Capitalidad Cultural Europea, seguramente todas las incógnitas eran y son inevitables: primero, para evitar que nos copiaran el resto de las ciudades competidoras; ahora, para preservar el efecto sorpresa. Hay que tener en cuenta que en algún momento se habló de un proyecto que nos haría «mejores personas». ¿Acaso se puede spoilear la autoayuda? Al fin y al cabo, eso es lo que los periodistas hemos estado pidiendo. En cuanto a Tabakalera, los cambios en el consejo de administración, las zozobras, los redimensionamientos, la dilatación en el tiempo y el carácter mutante de cualquier cosa vinculada al término «contemporáneo» ha acabado por convertir el centro en algo imprevisible, lo cual no tiene por qué ser malo.

 

Llegado el 2015, conviene recordar que hay ciudades que aún se están tirando de los pelos por no haber conseguido la Capitalidad. Otras, por el contrario, han tenido tiempo de cubrir todo el ciclo habitual de los centros de cultura contemporánea, resumido en ‘auge y caída’. El proyecto de convivencia del 2016 alcanzará a la sociedad vasca con los deberes hechos y –con o sin trampas– ya en otra pantalla. Más bien, es el propio concepto de ‘Capitalidad’, no digamos ya ‘europea’, el que se encuentra en crisis. Hace unos años, a todo esto le hubiera bastado con estar a la altura de las expectativas; ahora se trata de estar a la de sus correspondientes presupuestos. Lo bueno de todo esto es que si algo sale mal hay tanta gente implicada que cada cual podrá elegir a su culpable favorito. Dicho lo cual, estoy seguro de que lo uno y lo otro acabarán siendo un éxito. Ahora, que venga alguien y defina ‘éxito’.

 

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