«El Corán y la legislación islámica que emana de él reducen la geografía y la etnografía de los pueblos a la distinción, convenientemente simple, de […] Fiel e Infiel. El Infiel es harby, es decir, el enemigo. El islamismo proscribe […] a los Infieles, y postula un estado de hostilidad permanente entre el musulmán y el no creyente.» Esto no es un estracto de la última novela de Michel Houellebecq, ni lo ha escrito hace unos días Marine Le Pen, sino Karl Marx hace un par de siglos. Hasta el catolicismo en una evolución de siglos terminó por alumbrar corrientes de emancipación social, como la Teología de la Liberación, adaptadas al aquí y al ahora. El Islam sigue anclado en la caridad. A cambio, tan sólo exige obediencia ciega y devoción. Lo que se está ventilando es si vas a ser obediente o habrá que obligarte, en otras palabras, el derecho a decir “no” porque lo que los devotos del profeta exigen de todos nosotros es que hagamos nuestras sus tinieblas, cuando cada cual debería tener derecho a elegir las suyas propias. Esto pone en su punto de mira, antes que a nadie, a los propios musulmanes, bajo permanente sospechosa de apostasía, herejía y otras formas de pecado. Y sólo después a los occidentales, cómplices necesarios en el proceso de secularización.

A veces hay que elegir entre Willy Toledo y cualquier otra cosa. Cada vez que un supuesto miembro de la izquierda intenta ‘explicar’este tipo de actos evoca a aquel veterano comunista argentino, apodado ‘El Viejo’, que internado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), intentaba convencer a los montoneros secuestrados de la inconveniencia de la vía armada contra Videla, ya que reforzaba al sector ‘pinochetista’ del Ejército y el consiguiente advenimiento del fascismo. Por supuesto, un buen día ‘El Viejo’ acabó siendo víctima del tratamiento con ‘Pentonaval’ -Pentotal más lanzamiento desde un avión de las Fuerzas Aéreas a las aguas del Río de la Plata-. Por mucho que le duela en el alma a esa parte de la izquierda sumisa a las llamadas a la oración del muecín de turno, los matarifes de ayer no organizaron la escabechina en protesta por la intervención occidental en Libia, Siria o Palestina, ni tampoco en protesta por el reparto desigual de la pobreza, sino para “vengar al profeta”, objeto de mofa y befa. El resto es el voluntarista ejercicio de un ventrílocuo empecinado en poner en boca y en sus cabezas cosas que no dijeron, ni pensaron. Los hijos más obtusos de Alá se sienten en la obligación moral de forzar a la gente a vivir según sus rocambolescos preceptos y si algo de todo esto tuviera un ápice de relación que ver con algún proceso de emancipación, hace tiempo que sus mujeres, la mitad de la población musulmana reducida a la condición de animales domésticos en propiedad del macho, hubieran pasado por el filo del cuchillo de cocina los cuellos de sus santurrones maridos.