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Alberto Moyano

El jukebox

Al ataque la Cofradía del Santo Reproche

Ni se habían apagado los ecos de los disparos de París, cuando las infatigables cofradías de penitentes alzaban sus pasos procesionales e iniciaban sus respectivos recorridos desgranando sus habituales letanías para recordarnos, una vez más, que la matanza era el justo castigo por nuestros innumerables pecados. De vez en cuando, desde las redes sociales, se asoman penitentes a cantar sus saetillas, mientras los costaleros apuran el paso sin saltarse pero es que ni una estación del trillado Calvario. A saber: Occidente bombardea, Europa vende armas, la CIA los entrena, el mundo es un lugar injusto y desigual…

Del hecho de que no haya supervivientes entre los clérigos con cinturón bomba que han perpetrado la masacre deducen complots que nunca terminan de concretar; de que las escabechinas en París causen aquí mayor conmoción que las de Siria infieren que los blancos somos moralmente inferiores, una suerte de racismo inverso, como si a los iraquíes les sacudieran igual las que se cometen en Mosul que las que se perpetran en Kenia. Es la condición humana, terriblemente defectuosa. Por supuesto, algunos son -o al menos así se exhiben en público- perfectos santurrones que cargan con los pecados del mundo, pero no nos pueden exigir esos niveles de virtuosidad a los que carecemos del don de la fe.

Por increíble que parezca, hay supuestos progresistas que se abrazan a los heraldos de la desigualdad, gentes que consideran los cuerpos y las mentes de sus mujeres ‘territorios ocupados’; por inverosímil que resulte, hay quien vincula las ejecuciones de los caricaturistas del profeta con el hambre en el mundo; por estúpido que se antoje, hay quien no asume que quien está loco por castigar siempre encuentra razones para hacerlo; por rocambolesco que sea, aún pululan los convencidos de que la emancipación de los desfavorecidos pasa por cumplir a rajatabla los designios de Alá; y por inaudito que sea, los hay persuadidos de que sus expiaciones públicas les redimen de sus pecados, dejando bien claro de paso que el resto somos unos impíos. Y en el colmo del delirio, cierran el círculo recalcando que los yihadistas matan más musulmanes que occidentales, lo cual supone una refutación en toda regla sobre supuestas culpabilidades derivadas de nuestro ‘pecado original’ y que aclara que todo esto no tiene nada que ver con quién vende armas a quién, sino con razones que sólo el Altísimo entiende y cuatro iluminados fingen hacerlo.

Si por las razones que sean, te consideras a ti mismo acreedor a un fusilamiento en una discoteca en virtud de tu condición de blanco y occidental -dicho sea de forma retórica, porque en realidad estos ‘picados’ siempre predican sobre los latigazos que caen en espaldas ajenas-, se dice y no pasa nada. Pero no nos martirices entonando a voz en grito el ‘Yo, pecador’. Otra vez, no, por favor. Ya tuvimos nuestra ración, más que suficiente, de severos en sotana. Y no queremos más.

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