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Alberto Moyano

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También el 'Nuevo Hombre' tendrá que ser mujer

Fracasados hasta el momento todos los intentos de salvarnos de nuestros muy imperfecta condición animal, ahora ha recaído sobre la mujer la misión de redimirnos. Han corrido los turnos, sin éxito, y le toca ya encarnar al ‘Nuevo Hombre’, que en esta primavera ideológica, paradójicamente será mujer o no será. La escritora Laura Freixas escribió un tuit: «Horrorizada por esta nueva muestra de violencia masculina #JeSuisParis» y la ocurrencia hizo fortuna bajo el imperativo de una ley inexorable: no hay hipótesis, por disparatada que sea, que no termine encontrando predicamento.

La ‘apertura Freixas’ es inatacable, en tanto que indemostrable: la violencia es una condición masculina, la ejerzan hombres o mujeres. Intrínseca a los primeros, impuesta a las segundas dado que vivimos en una sociedad patriarcal de la que emana todo. El feminismo redentor se convierte así por ahora en ‘la última frontera’ que nos permitirá dejar de ser lo que somos y la tesis que descarga todas nuestras esperanzas en que la mujer sea diferente es tan perversa que se diría fruta también de la dominación masculina. En efecto: si vivimos en una sociedad patriarcal en la que todo es achacable a esta circunstancia, nunca sabremos qué sería de nosotros de haber brotado en una sociedad igualitaria.

Tenemos algunas certezas con nombre propio: Margaret Thatcher, Golda Meir, Indira Gandhi o Caridad Mercader, pero si en efecto son el resultado de una sociedad patriarcal y como tales, se vieron obligadas a actuar en imitación de los hombres seguimos en la casilla de salida. Lógicamente, se podrían explorar otras hipótesis, como hasta qué punto el ejercicio del poder se apodera de su titular y en función de sus dimensiones lo moldea a su antojo, de tal forma que no caben esperar grandes cosas de Obama en la Casa Blanca o de Alicia Koplowitz al frente de una empresa por más negro y mujer que, respectivamente, sean. La cuestión es hasta qué punto la etiqueta «violencia masculina» ayuda a entender lo sucedido en París o lo enmascara, amén de la distorsión que introduce en los crímenes machistas la utilización indiscriminada del término.

Al rescate de Freixas, objeto de todo tipo de comentarios impresentables en las redes sociales, acudió la tuitea y articulista barbijaputa, a la que bastó una sola  frase para impartir una inolvidable y magistral lección de en qué consiste la banalización del lenguaje y hasta qué punto es posible basurear las palabras:  «El hecho de que se señale que el terrorismo yihadista es violencia masculina no sólo no gusta, sino que curiosamente causa más violencia masculina». De esta forma, el fusilamiento de civiles de toda condición se convierte en «violencia masculina» y una colección de tuits bárbaros, también. Barro y revoltijo. Justo todo lo que no necesitamos.

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