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Alberto Moyano

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Colonia para hombre

Tengo la vaga sensación de haber escrito ya antes buena parte de lo que sigue, pero aún a riesgo de repetirme, le daré otra vuelta al tema. En primer lugar, el genérico “violencia machista” empieza a convertirse en un término que, al igual que desde hace décadas sucede con el de “droga”, oculta más que revela, dificulta el diagnóstico correcto de un fenómeno plural y finalmente termina por significar nada. Aplicado de forma indiscriminada al asesinato de una mujer a manos de quien fuera durante veinte años su marido, a la agresión de una joven en un portal a manos de un espontáneo desconocido, al abuso sexual perpetrado por un violador en serie o al octogenario desbordado que pone fin a la vida de su mujer enferma terminal antes de suicidarse, contribuye tan sólo a generar un puré indescifrable y, por lo tanto, imposible de abordar.

Ahora, lo sucesos registrados en la Nochevieja alemana introducen una nueva modalidad de abuso, agresión y robo masivo y organizado. La turbamulta como imaginario amante despechado. Cabe preguntarse en qué concepto se tienen a sí mismos los perpetradores de tocamientos y sobeteos forzados -por no hablar de las violaciones- que, una vez descartada por improbable la hipótesis de la experiencia gratificante, no parecen tener más objetivo que establecer una jerarquía: quién va a someter a quién. Y la desasosegante respuesta es que los desheredados de la Tierra a los acomodados y sumisos europeos. Como quiera que este cuadro impide salir favorecido en el ‘selfie’ de la denuncia, buena parte de los sempiternamente autoproclamados-sectores-más-comprometidos-de-nuestra-sociedad han obtado por la incomparecencia en el debate. Y así, lo que habitualmente es un cutis ultrasensible se convierte ahora de golpe y porrazo en piel de elefante. A cambio, se evitan las posturas incómodas, se esquiva el riesgo de la contradicción y se adopta un confortable silencio que en este caso suena a estrepitosa sintonía de ‘Verano azul’ en versión silbada, una forma como otra cualquiera de hacerse el despistado para pasar desapercibido. Es logico. Si los oprimidos se convierten en opresores, ¿quién quiere verse envuelto en un galimatías del que es fácil salir pintado como machista o como xenófobo? Por eso, mejor acogerse al inolvidable “no te signifiques”. Por cierto, llama también poderosamente la atención el ensimismamiento de una comunidad de refugiados, a la que sería profundamente racista considerar una masa informe incapaz de formular y emitir opiniones propias sobre quienes esgrimieron por apropiación “el permiso de la señora Merkel”, acuñado como argumento incontestable.

Y finalmente hay que reseñar el fracaso que a comienzos del siglo XXI evidencia la izquierda europea, reducida prácticamente a una opción estética, en todos los órdenes de la vida, desde el laboral hasta el económico, pasando por el de la igualdad, lo mismo da entre mujeres y hombres que entre locales e inmigrantes. Todo conspira a favor de fomentar las sociedades homogéneas como única forma de combatir la xenofobia. O dicho de otra forma, hoy en día no hay mensaje como más futuro que el que reza que sólo una Europa monocolor nos salvará de Le Pen y Pegida, es decir, de (lo peor de) nosotros mismos. Frente a esto, además de decir ‘no’ habría que hacer algo más que, ahora mismo, resulta complicado imaginar y formular.

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