La próxima semana llega a Bilbao Tim Robbins con su adaptación teatral de ‘1984’. Lo mejor de la memorable novela de George Orwell no es que el paso del tiempo le haya dado la razón, sino que ha multiplicado éstas.
Basta leer cualquier noticia de estos días -de la presentación de los presupuestos al comunicado de ETA, de la detención de Polanski a la jubilación del directivo del BBVA, del caso Gurtel a las previsiones del Fondo Monetario- para encontrar en la novela algún fragmento que parece escrito ex profeso, siempre bajo las enseñanzas inmortales del Big Brother: “LA GUERRA ES LA PAZ, LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD, LA IGNORANCIA ES LA FUERZA”.
Aquí va un párrafo cualquiera, que sirve para prácticamente todo:
“Todavía, pensó, no se había enterado de cuál era el último secreto. Entendía el cómo; no entendía el porqué. El capítulo I, como el capítulo III, no le habían enseñado nada que él no supiera. Solamente le habían servido para sistematizar los conocimientos que ya poseía. Pero después de leer aquellas páginas tenía una mayor seguridad de no estar loco. Encontrarse en minoría, incluso en minoría de uno solo, no significaba estar loco. Había la verdad y lo que no era verdad, y si uno se aferraba a la verdad incluso contra el mundo entero, no estaba uno loco. Un rayo amarillento del sol poniente entraba por la ventana y se aplastaba sobre la almohada. Winston cerró los ojos. El sol en sus ojos y el suave cuerpo de la muchacha tocando al suyo le daba una sensación de sueño, fuerza y confianza. Todo estaba bien y él se hallaba completamente seguro allí. Se durmió con el pensamiento “la cordura no depende de las estadísticas”, convencido de que esta observación contenía una sabiduría profunda”.
(En efecto, la traducción es abominable, pero es la que tengo a mano).