Rodríguez Zapatero, el primer presidente del Gobierno español aquejado de un fuerte daltonismo -acreditado en el caso de los ‘brotes verdes’ que sólo él llegó a vislumbrar en la economía española- se reúne hoy por fin en la Casa Blanca con Barak Obama, el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos galardonado con el Nobel de la Paz en medio de la estupefacción, tanto propia como general.

Ahí quisiera verse Camps, quien curiosamente jamás mostró interés alguno en fotografiarse, no ya con Bush, sino ni siquiera con Sarah Palin, quizás su única rival política en materia de gasto/ahorro relacionados con asuntos de vestimenta.

En la agenda, asuntos tan diversos como irresolubles: la presencia militar en Afganistán, la incidencia de las energías renovables en la creación de empleo y la acogida en territorio español de presos de Guantánamo.

En este punto, convendría plantear la cuestión en términos de intercambio satisfactorio para ambas partes: España acepta un par de internos a cambio de que Estados Unidos se haga cargo, de la forma más rápida posible, de la pareja de piratas somalíes convertidos ya en un problema nuclear de la negociación del caso ‘Alakrana’, merced a la pericia gubernamental.

Algunas webs ya han planteado a sus lectores la cuestión de si ZP debe establecer con Obama relaciones similares a las que Aznar mantuvo con Bush, es decir, de absoluta sumisión, o por el contrario, convendría que mantuviera un perfil propio. Interesante planteamiento que, por desgracia, llega tarde.

Las actuales cifras económicas españolas, por no hablar de las catastróficas previsiones, dieron al traste hace tiempo con cualquier tipo de crédito que ZP haya podido disfrutar en Europa. Su única posibilidad en este terreno pasa por viajar lejos.

Y la fascinación que desde el primer momento Zapatero ha sentido por Obama ha alcanzado ya a varios órganos. A estas alturas, si ZP no aprovecha la ocasión para poner los pies encima de la mesa será únicamente por temor a que Pedro J. cargue contra su estilismo.