Cuando alguien en general o un político en particular proclama aquello de “tengo la conciencia tranquila” es que ha llegado el momento de echarse a temblar.

Lo dijo ayer el ¿secretario general? del PP valenciano, Ricardo Costa, en un martes y trece que comenzó con esta declaración y terminó entre tinieblas. En todo caso, el dato puede ser crucial para su director espiritual, pero resulta irrelevante desde el punto de vista político y/o judicial.

También negó rotundamente que le hubieran regalado el coche, aunque no se atrevió a desmentir que su tapicería sea negra. En cuanto al reloj millonario, su lugar lo ocupaba ayer una pulsera rojigualda.

Su nombre envenena nuestros sueños. Los de todos. Hasta el presidente del PCE, Felipe Alcáraz, en funciones ayer de profesor de Literatura, confundía el título de la novela de Agustín de Foxá ‘Madrid, de corte a checa’, rebautizándola como ‘Madrid, de costa a checa’.

La derecha, sobre la que creíamos que reposaba el sagrado mandato de evitar que España se rompiera y en su caso de no lograrlo, sacar al menos tajada electoral, exhibía ayer impúdicamente toda sus diferencias -pluralidad, le llamarán algunos-,  moviéndose entre la ‘espantada’ de sus diputados vascos durante la votación sobre el blindaje de la fiscalidad vasca y la polifonía Madrid-Valencia respecto al cese o no de ‘Ric’.

Ni que decir tiene que ante semejante panorama de ambigüedad y duplicidades, Mariano estuvo en todo momento perfectamente ilocalizable, aunque su móvil repetía un mensaje inequívoco a la nación: “Su tabaco, gracias”.