El Estado nos anima de palabra a intervenir decididamente y al margen de cualquier otra consideración en caso de presenciar un episodio de malos tratos.
Sin embargo, colocado en un trance similar, el mismo Estado imparte una lección magistral sobre cómo tentarse la ropa, abrir un período de reflexión y finalmente mirar, no para otro lado, sino para el de esos intereses generales que a veces son incluso tenientes generales.
En el caso de Aminetu Haidar, el comportamiento del Gobierno español no obedece a una cuestión personal. Simplemente, se trata de un ejercicio de cálculo en el siempre difícil equilibrio entre los principios y los intereses, y ya se sabe que es más fácil reemplazar los primeros que los segundos.
El mensaje es: no arriesgue usted amistades, ni rompa sociedades por un mero problema interno. Esta lógica suele tener un funcionamiento universal y alumbra piezas tan inauditas como puede ser la histórica ausencia de manifestación alguna de solidaridad hacia el pueblo saharaui por parte de cualquiera de las distintas facciones palestinas, íntimas todas ellas de la Monarquía ahauita.
Haidar cometió al menos dos errores de bulto: el primero, cuestionar los datos de su pasaporte en un aeropuerto, esos territorios que no suelen habitar los ideólogos, sino los burócratas y en el que hoy en día todo es posible en materia de atropellos
El segundo, hacerlo tras un vuelo procedente de España, un país en el que a día de hoy cualquier problema es susceptible de acabar inmerso en el laberinto que a diario construyen a medias Zapatero y sus ministros. En medio del embrollo, una buena noticia: ZP descarta la mediación del
Rey. Vaya, por fin una buena noticia en todo este embrollo.
Y a pesar de todo esto, igual sería conveniente que Haidar abandonara la huelga de hambre. Su fallecimiento la convertiría en una mártir, figura muy útil en aniversarios y fiestas nacionales, pero incomparablemente menos operativa para la causa: al fin y al cabo, ella es una de las pocas voces saharauis con acceso a los organismos internacionales y capacidad para hacerse escuchar. Precisamente, lo que más necesita el Sáhara Occidental.