Hay un taxista donostiarra que asegura que un día, durante el Festival de Cine, llevó al actor francés que interpretaba al ‘calvo de la lotería’. “Un gilipollas. Ni un hola, ni un adiós, ni una propina”, suele concluir su relato el taxista.
El hecho de que el intérprete en cuestión no haya estado nunca en San Sebastián, menos durante un festival de cine, y así como que sea inglés, permite aventurar que quizás nuestro hombre se confundió de persona.
De hecho, el tal Clive Arrindell exhibió ayer durante su visita a Bilbao un comportamiento exquisito. Ataviado como un vídeo-artista, el hombre paseó su figura de mazapán por las calles del Casco Viejo, soplándose a cada paso la palma de la mano con la misma donosura con la que nuestra peluquera más renombrada se arrea besitos en la yema del dedo índice.
La contratación del ‘calvo de la lotería’ para que recorra la ciudad simulando que es un comprador compulsivo se inscribe dentro de esa línea de pensamiento trágico-mágico que sostiene que las personas que aparecen el día del sorteo ante las cámaras de televisión bebiendo champán y profiriendo gritos de “esto es para tapar agujeros” son también actores.
Qué esperan Azkuna y Bilbao-Dendak del ‘calvo’ navideño es algo que resulta difícil precisar. Si en una aldea africana apareciera, no ya un hechicero, sino alguien contratado para simular que lo es, con el objetivo de estimular los intercambio en el mercado de ganado lo despacharíamos con un “son cosas del subdesarrollo”.
Aquí, sin embargo, lo vemos de otra forma. Al fin y al cabo, el ‘calvo’ debe ser alguien admirable por cuanto ha conseguido seguir cobrando por interpretar un papel incluso mucho tiempo después de haber sido despedido. Definitivamente, su presencia estimula las ganas de comprar. En este caso, un billete de tren para huir lo más lejos posible.