La inminente llegada de José Ignacio Munilla al Obispado donostiarra ha sido saludada por el 77% de los párrocos guipuzcoanos con un escrito en el que se rechaza su nombramiento.
O por decirlo de otra forma, el 23% no lo desaprueba. Tampoco está tan mal. Con porcentajes inferiores, algunos partidos -por no decir todos- proclaman aquello de: “Nosotros, el pueblo vasco”. Parece ser que lo de los cien días de cortesía es algo que, no se estila en el seno de la Iglesia católica, al igual que sucede en la política, por otra parte.
Dicen los sacerdotes críticos con el nombramiento que “no estamos en contra de su persona, sino de sus actitudes”, una frase que para los no versados en Teología se antoja tan enigmática como el misterio de la Santísima Trinidad. En cualquier caso, la misiva sorprende por cuanto uno creía que todas estas cosas respondían a la voluntad de Dios y como tales, no admitían muchas vueltas.
Desde el punto de vista del propio Munilla, es probable que la fría acogida sea interpretada como la prueba más palpable de que el jardín ha estado descuidado y las malas hierbas invasivas se han extendido. Nada, en cualquier caso, que no tenga remedio mediante un tratamiento específico. Oremos.