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Alberto Moyano

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El método boca-oreja (de Van Gogh)

Si hay en Donostia un par de personajes cuyos nombres han sido devorados según el esquema de la parte por el todo, uno sería Van Gogh, reducido a la condición de propietario de la oreja que denomina al grupo. El otro sería Fermín Calbetón, en los autodefinidos, calle de poteo extremo.


Los primeros estuvieron ayer en el plató del ‘Keridos Monstruos’ para exhibir una vez más su exasperante normalidad, en vísperas de recibir el reputado Tambor de Oro a toda una vida de -para qué negarlo- legítimo ñoñostiarrismo.


Comparecieron en formato reducido dado que uno de sus miembros acaba de ser padre -ampliando así el tarjet objetivo del grupo-, mientras que otro había sufrido un accidente doméstico, saldado con unas cuantas grapas en la cabeza -otra anécdota que añadir a a la leyenda de conjunto hogareño-.


No estuvieron solos ya que contaron con el apoyo sensato de Iñigo Olaizola -receptor del Tambor del pasado año- y la hipérbole de Martin Berasategui, instalado ya definitivamente ‘chez sobreactuación’.


Considerados la continuación de ‘Verano azul’ -especialmente de aquel capítulo en el que llovía a mares- por otros medios, los ‘Oreja’ no eludieron ningún asunto: desde la marcha de Amaia Montero hasta su, al parecer, polémica estancia en Israel, pasando por su visita del año pasado a ‘Mira quien baila’, coincidiendo con la Tamborrada. En todos los casos, sus explicaciones se ciñeron a un guión rico en adormidera, que se podría resumir en la construcción sintáctica “las cosas son así”.


 A estas alturas de la semana que viene, los cinco miembros del grupo estarán recogiendo el Tambor de Oro más colectivamente multitudinario de la historia del galardón. De acuerdo con los estatutos, no es que se lo mrezcan; es que el premio debería llevar su nombre.


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