Todos los expertos coinciden en señalar que el eterno dilema en el que se debate el hombre desde tiempos inmemoriales, campo o playa, quedará superado en breve de la mano de un cambio climático que se llevará por delante las costas tal y como las conocemos.

Que todos estos especialistas aceptarían gustosos un toldito en La Concha -no digamos un pisito en primera línea de playa- no menoscaba las predicciones que sitúan los baños de sol entre las prácticas condenadas a desaparecer y las suaves arenas en la categoría de paisajes efímeros.

Quizás con ese ánimo crepuscular, el periódico ‘The Times’ ha elaborado una lista con las veinte playas más bellas de Europa. El hecho de que entre ellas figure La Concha no sólo certifica el excelente gusto del reportero británico, sino también que nos visitó coincidiendo con la marea baja.

A un trabajo tan epidérmico no se le puede exigir mayores argumentos, pero estaría bien saber si dentro del término La Concha se incluye también Ondarreta. Sería mucho pedir que hilara aún más fino y entrara en las minucias divisorias de los nativos, empeñados en distinguir dentro de la citada playa la zona deportiva, el territorio choni o incluso la parcela cedida a los bañistas propcedentes de la Comunidad Foral Navarra.

Tras mencionar las líneas clásicas de nuestra playa, así como su idoneidad para niños y deportistas, el reportaje en cuestión pasa a los temas realmente importantes y enumera las razones que nos han hecho líderes en materia gastronómica, un argumento que lo mismo serviría para arropar las prestaciones de Donostia para la práctica del salto en paracaídas.

Pequeños detalles culturales como El Peine del Viento o la Construcción Vacía de Oteiza quedan reducidas a la condición de mobiliario urbanoa los ojos del periodista. En todo caso, el reportaje es la mar de consecuente. De las veinte playas seleccionadas, sólo una es británica. Normal: por encima de cualquier otra consideración, es doctrina universal que allí se come fatal.