Aunque la situación económica española sea en efecto calamitosa, sorprende la renuncia al decoro que por parte del Gobierno supone acogerse a la excusa de la conspiración internacional.

Si bien ni el propio Gobierno haitíano -si es que tal organismo aún existe- ha llegado a tanto, el relato del complot nos hace sentir importantes, ahora que Grecia y el resto de países con los que intercambiamos votos en Eurovisión nos disputan hasta el orgullo intrínseco al farolillo rojo.

Y si semejante contubernio existe habrá que concluir que varios miembros del Gobierno forman parte del mismo, si es que no lo encabezan. Sólo así se explicaría la repetida secuencia de lanzar una propuesta para a continuación retirarla, alcanzado este uso del típex feliz incluso a la documentación oficial remitida a la UE. De esta perversa dinámica de acción-confusión, el Ejecutivo de ZP extrae una insólita enseñanza: “No hemos sabido explicarnos”.

Una vez más, la auténtica medida de la crisis viene cuantificada por el carácter desesperado de las soluciones: ver a los responsables económicos, con la vicepresidenta tercera al frente, recorrer las redacciones de la prensa europea evoca poderosamente la imagen de los entrenadores del Madrid, cuyo cese suele ir precedido de una amplia entrevista en ‘Marca’.

El PP, por su parte, desmiente las acusaciones de no arrimar el hombre sumándose a cuantas oportunidades ve de festejar la debacle. “Se acabó la fiesta”, ha advertido la oposición. Está en lo cierto, sobre todo, en lo que a sí misma se refiere.

A las cifras macroeconómicas, se suman los resultados de las encuestas, coincidentes todas ellas en un punto: a poco que se descuide, Rajoy acaba de presidente del Gobierno. De ahí, la desazón que transmite en todas sus comparecencias.