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Alberto Moyano

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Libres de pecado y primeras piedras

A la tradicional organización jerárquica de la Iglesia Católica, se sobrepone ahora otra división, esta vez en vertical: los que abusaron, los que les encubrieron y los que no sabían nada. La proporción que corresponde a cada uno de los grupos varía día a día, en función del avance de las investigaciones.

El escándalo no culminará hasta que se logre determinar con exactitud en cual de las dos últimas categorías se encuadraba Benedicto XVI cuando antes dios y antes los hombres sólo era Joseph Ratzinger. Con la perspectiva que da el tiempo, aquella promesa de limpiar de suciedad la Iglesia que formulara a modo de programa electoral en los días previos a su desginación cobra una nueva luz.

Por otra parte, si en todo esto hay algo milagroso es, sin duda, el hecho de que la fe del Papa haya logrado sobrevivir intacta hasta hoy en medio de semejante ciénaga moral, en la que los abusos fueron siempre los mismos, pero los abusados variaban: alumnos de colegios, niños discapacitados o  huérfanos en acogida.

El hecho de que las revelaciones se sucedan en el tiempo ha sido interpretado por la propia Iglesia como un ataque organizado, no contra la fe -que a quién le importa-, sino contra la milenaria institución. Se alega que los perpetradores son apenas una ínfima minoría, hecho incuestionable pero matizado por la extradordinario actividad sexual que desplegaban los mismos.

Después de pasarse siglos arrojando la primera piedra, el Vaticano pide ahora la condena del pecado y la indulgencia con el pecador. El primero ya está identificado; falta hacer lo propio con el segundo. Separar al uno del otro empieza a ser una tarea sólo al alcance de los más meticulosos orfebres.


marzo 2010
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