Aunque las teorías freudianas hayan caído últimamente en el descrédito hasta el punto de ser consideradas poco menos que un sistema de supersticiones, resulta difícil sustraerse a la tentación de asociar el fenómeno de las zapatillas colgadas de los árboles a una especie de nostalgia por la pérdida de la iluminación navideña. Algo así como el miembro amputado que, incluso meses después. sigue picando.

Las hipótesis más audaces apuntan a que se trata de algún tipo liturgia ligada a la pérdida de la virginidad, algo así como la versión 2.0 de la vieja tradición de tallar corazoncitos en la corteza con los nombres de los enamorados. Pero también es posible contemplar el fenómeno de los pares colgados como una variedad de kale borroka jardinera -la rebelión de los artis mutis–, como signo y metáfora del liderazgo compartido o incluso como una forma de entablar un diálogo artístico entre la industria del calzado y los prodigios de la madre naturaleza.

Por encima de todo, constituye un signo inequívoco de la decadencia del pequeño comercio donostiarra porque en esta ciudad siempre se ha presumido de etiqueta, pero últimamente se ha perdido el criterio.

Fenómenos como éste invitan a reflexionar sobre nuestro impulso cívico. ¿Nos vamos a limitar a emular las modas que nos llegan de fuera o fieles a nuestro estilo vamos a aportar algo de producción propia? Dicho de otro modo, ¿dónde están los ‘manolos’’? Habrá quien diga que carecen de cordones. Burdas excusas.