El volcán islandés cuyo nombre sólo se puede pronunciar en plena sesión de sexo oral está consolidando el aeropuerto como destino vacacional preferente en toda Europa. Dicen que no entraba en erupción desde hace un par de siglos, pero que en aquella ocasión se mantuvo un año hiperactivo.
Con esta perspectiva, Aena y sus homólogos europeos deberían ir barajando la posibilidad de programar en los aeropuertos un programa de actividades lúdicas -de libre acceso mediante pulserita-, ya que en las salas de espera sobrevuela la sombra el tedio, una vez que ya has visto en un par de ocasiones desnudos en el escáner a todos tus compañeros de pasaje. Entre las más demandadas, ya figura la extensión opcional a la estación de tren más próxima para comprobar ‘in situ’ que no quedan billetes a ningún destino y lo que es más: tampoco importa porque hay huelga de revisores y maquinistas.
Hay que destacar el nulo poder disuasorio de las informaciones sobre los peligros que implica volar en medio de la nube volcánica. Con un arrojo propio de un ejército de mujaidines, los pasajeros se agolpan en los mostradores de facturación para subir a unos aviones en los que no pondría un pie ni Mohamed Atta. Sin embargo, la gente se mantiene firme con el mismo espíritu abierto que adorna las colas del Zinemaldia, en donde si no hay entradas para ‘La pelota vasca’, no importa demasiado: se cogen para ‘El año pasado en Marienbad’.
Con todo, la seguridad es lo primero, al menos, hasta que se tambalea la cuenta de resultados. Las compañías aéreas de referencia ya han comenzado a operar en algunos vuelos, con resultados concluyentes: el avión llega a su destino tan limpio como si acabara de salir del túnel de lavado. Los ministros europeos de Transporte se reúnen hoy por vídeo-conferencia. El tema central no es tanto la nube negra, como los 150 millones de euros que pierden al día las compañías, con lo que es probable que tras la reunión, emitan un mensaje de tranquilidad.