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Alberto Moyano

El jukebox

Ni Dios, ni Twitter

Aunque fuera de la casa de Guadalix de la Sierra todo se minimiza, lo cierto es que el borrado twittero de ayer tarde es toda una premonición. Con los marcadores de ‘seguidos’ y ‘seguidores’ a cero, los 104 millones de usuarios de esta red social podrán algún día proclamar con orgullo: “Hubo un tiempo en el que Bill Gates y yo jugamos en la misma liga”.


Sirva como ejemplo ilustrativo de la época tan meliflua que nos ha tocado vivir y de la imparable devaluación del lenguaje la súplica lanzada por los responsables de Twitter: “No entren en pánico”, petición desatendida por millones de usuarios que se pusieron a buscar de inmediato en Google la web ‘pánico’.


Cierto: la sensación de aislamiento cósmico emanaba no tanto del hecho de no tener a nadie siguiéndote como del desconcierto que provoca no tener a nadie a quien seguir. En un mundo perfecto, semejante caída del sistema provocaría que dentro de nueve meses se disparara el número de nacimientos.


Con este fallo, Twitter casi se coloca en línea con las últimas tendencias: banco que no prestan, restaurantes sin mesas, agencias de viajes que no venden billetes y redes sociales que aislan. Cada vez nos aproximamos más a la pregunta primigenia, que no es tanto “¿quiénes somos?” o “¿a dónde vamos?” como: “¿Hay alguien ahí?”.


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