Los mejores viajes son los imprevistos; las mejores fiestas, las inesperadas; el mejor sexo, el que ocurre sin planificar. Tabakalera se encuentra hoy al borde de una moratoria oficial debido, principalmente, a que no hay proyecto en este mundo capaz de soportar una década de autoconsciencia e hiperreflexión.
Y hay que recalcar lo de “moratoria oficial” porque en “moratoria no declarada” se encuentra al menos desde el 1 de enero. Ahora sabemos también que las obras que se anunciaban inminentes se encuentran sin licitar, es decir, entre seis y ocho meses más.
El proyecto nació bajo el impulso de un par de intuiciones -la del alcalde de comprar el edificio y destinarlo a un centro de cultura, y la de Bartomeu Marí, para que estuviera dedicado a lo audiovisual-. A partir de ahí, empezaron las reflexiones sobre cómo hacerlo y hasta aquí hemos llegado.
El pensamiento y la reflexión son dos conceptos sobrevalorados, en perjuicio de la siempre fértil espiral acción-intuición-acción. Su manifestación cotidiana son las interminables y sucesivas reuniones que devoran jornadas laborales enteras.
En última instancia, pensar es una forma de inocular veneno a este proyecto dado que destinar docenas de millones de euros a cualquier equipamiento cultural no deja ser una locura, insostenible desde un punto de vista estrictamente racional, incluso en época de bonanza económica. Y si bien es cierto que la aventura puede ser loca pero los aventureros han de ser cuerdos, también lo es que a la inversa es imposible.
Cómo han podido transcurrir tan rápido estos diez años es algo que ahora mismo cuesta explicar, pero lo cierto es que dedicarse a pensar minuciosamente para adelantarse a cualquier posible imprevisto es jugar con fuego cuando dependes de tres instituciones de distinto signo y en permanente vaivén electoral.