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Alberto Moyano

El jukebox

No se rompe, es que es así

El país al que mañana hará campeón del Mundo de fútbol ese equipo al que llamamos ‘La Roja’ está mal hecho debido a que arrastra serios defectos de origen.

Entiéndase bien: esto no significa que sea inviable, ni que esté listo su certificado de defunción, sino simplemente que padece malformaciones de nacimiento y que, una y otra vez, ha de reiniciar el proceso de aprendizaje en torno a cómo vivir con ellas.

Sus problemas de chapa y acabado se manifiestan intermitente pero inexorablemente y no se refieren -al menos, no sólo- a desencuentros con los nacionalismos históricos. No. La falta de encaje afecta en mayor o menor medida a todo el territorio y cualquier ocasión es buena para que salte la chispa.

Los síntomas de estar ante un organismo maltrecho en su articulación florecen por doquier, sin que haga falta mencionar el detalle de que el frío entusiasmo que en su momento despertó la Monarquía obligó a acuñar un término tan ingenioso como es el  ‘juancarlismo’.

Véase también cualquier intento de aprobar y aplicar un Plan Hidrográfico, loable esfuerzo que se salda periódicamente con el consiguiente intercambio de garrotazos dialécticos entre las comunidades autónomas implicadas, seguido a continuación del lanzamiento de agravios comparativos, a veces, de raíces antiquísimas.

En el País Vasco ha sido y es históricamente fácil encontrar a gente que profesa un odio africano -ahora, sudafricano- hacia España. En Cataluña, ese estadio se superó o quizás se esquivó en algún momento aún por determinar y lo que ahora reina es un sentimiento que se ha dado en llamar desdén, desapego o incluso desafecto.

Que un Tribunal marcadamente político y con varios miembros en clamorosa interinidad pretenda enmendar una ley aprobada con el 80% de los votos de un parlamento autonómico es hasta cierto punto un ejercicio de candidez. La ley debe estar por encima de todo y de todos, en efecto, pero cuando muchos no la perciben como techo sino como suela es que hay un problema.

Se dirá que la ciudadanía no está en absoluto preocupada por el acomodo constitucional de Cataluña y que todo esto es fruto de la insaciable irresponsabilidad de los partidos políticos, pero de ser así, entonces convengamos en que el recurso al referéndum se hace más necesario que nunca.

Por lo demás, el TC ha dicho lo que ya se sospechaba: que una Constitución manufacturada en 1978 difícilmente puede amparar el nuevo Estatut. Quizás sea el momento de reformar la Constitución, pero lo que es seguro es que hay que cambiar el Constitucional. Mientras tanto, que nadie se asuste: España no se rompe; simplemente, es que es así.


julio 2010
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