Cuando el árbitro pitó anoche el final del violento partido que coronaba a España como campeona del Mundo, quién más y quién menos tuvo un recuerdo para Suiza, el equipo que hace un mes derrotó a ‘La Roja’.
La selección española se adjudicaba con toda justicia un campeonato en el que ha demostrado que hubiera podido seguir hasta Navidad imponiéndose a cualquier rival por un contundente 1-0. De hecho, nunca en el historia de los mundiales se ganó tanto con tan poco -un gol por partido-.
Lo que pasa es que ha sido la única selección que ha ensayado una y otra vez eso de jugar al fútbol. A pesar del origen más o menos lúdico de lo que al fin y al cabo en tiempos fue un juego divertido, el resto de los equipos se ha dedicado a saltar al campo con tal cantidad de deberes -perseguir al lateral, presionar al portero, robar la pelota en el centro del campo- que olvidaron de qué trataba todo esto. Por eso, Suráfrica 2010 ha supuesto la reinstauración de facto del ‘gol de oro’: los partidos concluían en cuanto se marcaba el primer tanto.
Por lo demás, ha habido sorpresas, aunque ninguna tan grande como el mero hecho de que Camacho haya logrado sobrevivirse a sí mismo. E inesperados protagonistas: ningún Carbonero concitaba tanta atención mediática en todo el mundo, al menos, desde el estreno de ‘Tasio’, la inmortal película de Montxo Armendariz.
Pero esto aún no ha acabado: no sólo quedan las celebraciones, que empiezan y terminan al grito de ¡camarero!, sino que toca reparto de beneficios: recepciones al equipo en La Zarzuela y La Moncloa, en medio de intentos de declinar en todas sus variantes algunas palabras como “gloria” y “grandeza”.
Y lo peor de todo: toca soportar las interpretaciones sociológicas de todo esto, de la mano de una recua encabezada por un tal JJ, empeñada en convencernos del ejemplo moral que “este grupo de chicos, que son tal cual los vemos”, nos ha brindado. Si en dos años algunos de los héroes de hoy no han mutado en villanos, es que este país, definitivamente, ha cambiado.