Cuando el pasado mes de junio la Real consiguió retornar a Primera División, los periodistas deportivos se apresuraron a divulgar la buena nueva: “¡Niños de Gipuzkoa, ya tenéis vuestro Molinón!”, un fraude de ley, puede que inconsciente.

Porque la proeza de 1981 radicaba, no en ganar la Liga -cosa que todos los años hace algún equipo- sino en lograrlo con el presupuesto más bajo de la categoría y una alineación compuesta exclusivamente por jugadores de la cantera -entrenador incluido-, circunstancias que obviamente no se daban este año, ni volverán a darse en el futuro.

Pero como la historia siempre se repite, primero como tragicomedia y después, como banda-tributo, la Real presentaba ayer su nueva equipación, inspirada y algo más en la que el equipo vestía en los ochenta, tiempos en los que el diseño de la camiseta no ocuparía más de dos líneas en prensa.

Al menos, el conjunto no incluye las hombreras descomunales, ni los pantalones pitillo. “Niños de Gipuzkoa, no vivísteis aquello, tendréis que conformaros con esto, de igual forma que, en contrapartida, os perdísteis a Abba, pero no os libraréis de ‘Mamma Mía’, ya sea la película, ya sea el musical”.

Y como el contexto lo es todo, la Real vuelve a Primera División en una Euskadi liderada por José Luis Bilbao, esa mutación vizcaína de Unidad Alavesa, aunque en una versión mucho más agresiva. A día de hoy, el club blanquiazul es prácticamente la única entidad vasca cuya sede no aspira a radicar en su territorio el diputado general de Vizcaya, loado sea su nombre, dicho sea sin menoscabo de que puntualmente puedan estar interesados en algún jugador.