Con un ligero retraso de 65 años sobre el horario previsto, llegó ayer a España en vuelo privado Mister Marshall. Y de acuerdo con el signo de los tiempos, él es ahora ella. Además, se trata de la primera vez que una primera dama afroamericana estadounidense elige Marbella para vacacionar.

Hay que consignar este dato porque la elección del destino no es baladí. A día de hoy, Marbella constituye el último vestigio de aquella España en la que convivían en armonía diferentes culturas, lenguas y religiones. Allí, jamás se le ha preguntado a un euro por su lugar de procedencia, ni se ha discriminado nunca a millonario alguno por razón de raza, sexo o religión.

Al contrario, su política de brazos abiertos ha permitido que se instalen, siquiera de forma estacional, jóvenes emrpendedores rusos, jeques árabes y príncipes alemanes, consiguiendo además el gran milagro de que todos ellos se sintiesen como si estuvieran fuera de su casa.

Además, Marbella es ese enclave en el que el sueño americano se produce de una forma natural, un lugar en el que uno puede empezar atendiendo las mesas de una terraza y llegar a testaferro, primero, y a alcalde, después.

Por cierto, que el actual primer edil ya ha pedido a sus conciudadanos que se comporten con naturalidad y que dispensen a Michelle y Sasha Obama idéntico trato que a cualquier otro turista que reserve sesenta habitaciones en el hotel más caro de la zona. Acostumbrada al trato llano del pueblo, la primera dama gringa tan sólo ha pedido que le cierren la playa para su exclusivo disfrute.

Al parecer, también ha manifestado su intención de desplazarse a Granada para disfrutar de las vistas panorámicas de La Alhambra, las mejores del mundo, según recomendación de Bill Clinton, que -como el caballero que es- prefirió omitir aquéllas que un día contempló desde lo más alto del butacón del Despacho Oval.

Se dirá que el despligue de seguridad que acompaña a la señora Obama resulta excesivo en la actualidad. Cierto, pero habrá que admitir que si la visita se hubiera producido hace apenas unos años, con la corporación municipal cleptómana en activo, ni la VI Flota hubiera podido poner a salvo los pareos de Michelle.