Sin viento del poniente ni nada, pero imbuido en el mismo espíritu que anima los ‘westerns’ vespertinos de la ETB, José María Aznar se plantó ayer en Melilla porque alguien debe hacer el trabajo sucio. Tal y como tenía previsto, su presencia ha provocado un considerable revuelo a este lado de la frontera y la más inmisericorde indiferencia al otro.
A modo de recapitulación, cabe recordar que Melilla es ese enclave
español en el norte de África cuya visita postergan indefinidamente todos los
presidentes de Gobierno hasta la conclusión de su mandato. La excepción
será Rajoy, que se personará en la ciudad apenas se concrete como
sede de algún final de etapa.
En el caso que nos ocupa, la puesta en escena ha sido impecable. Ataviado de la cabeza a los pies con una audaz selección de Tapioca en camuflajes color arenisca, su figura se movió como pez en el agua, mimetizada con el paisaje, que en este caso no eran las dunas del desierto, sino el casino militar. El hecho de que todo le quedara varias tallas grandes infundía aún mayor temor, dado que invitaba a pensar que se lo había arrebatado a algún cadáver desidratado con el que se topó durante su galopada.
Se ha querido ver una provocación innecesaria en la visita relámpago de Aznar, cuando lo cierto es que su viaje estaba previsto en el marco de un acto de FAES. Dicho lo cual, personalmente prefiero que ZP me agreda con un bate de béisbol a que José Mari me propine una conferencia en torno a la superioridad de la civilización texana sobre cualquier otra de raigambre infiel.
Aznar quiere ser ahora un cruzado a las órdenes de la Virgen de Covadonga. Su estilo parodia el de Sarkozy. Así como el presidente francés emprende sus viajes solo pero se las arregla para volver siempre con alguien -ya sea Bruni, ya sea algún rehén rescatado-, Aznar empieza solo y termina aislado. Si te lo montas de gran estadista en situación de crisis y la gente te saluda por la calle al grito de “con dos cojones” es como para pensárselo.
Una vez allí, con los pies en la frontera, a Aznar no le ha quedado más remedio que afearle la conducta a ZP. Nada personal. Simplemente, es que detesta contemplar cómo la indolencia de Rajoy alcanza hasta a los más altos cargos de la administración sin que el PP haya ganado aún las elecciones.