Cuando durante la II Guerra Mundial las comunicaciones entre Inglaterra y el resto de Europa se interrumpieron, desde la isla dictaminaron: “El continente ha quedado aislado”. Algo parecido ha pasado con Twitter tras el sonado abandono de Andrés Calamaro.

El cantante argentino ha necesitado alcanzar los 100.000 seguidores para percatarse de que todos ellos estaban “conectados a la nada”, cosa que cualquier twittero medio comienza a descubrir a partir de los 35-40 followers.

Y, sin duda, Calamaro tiene toda la razón, pero es que precisamente en ese parloteo anodino que tanto imita a la vida radica unos de los principales atractivos de la red social. Por otra parte, resultaría abrumador que toda conversación tuviera que alcanzar por decreto las profundidades insondables de un buen psicoanálisis.

La nada padece los rigores de una mala prensa en un mundo que entroniza la actividad, mejor cuanto más estéril, óptima cuanto más tóxica. Cuando se nos acusa de tener la mente en blanco o de pasar el tiempo sin hacer nada se nos penaliza por disfrutar de uno de los grandes placeres de la vida, en un intento de inocularnos el sentimiento de culpa. Exactamente igual que cualquier otra religión, por otra parte.

Entre los perros y los gatos, Jean Cocteau dijo que prefería los segundos porque nunca había oído hablar de la existencia de gatos-policía. De la misma forma, entre ‘algo’ y ‘nada’, siempre es preferible la nada, tal y como demuestra el hecho de que nadie ha escrito una canción que se titule ‘Nothing Stupid’.

A la vista de que el gran cantante argentino concluye su arenga con un estremecedor verso -“140 caracteres pueden metérselos profundo en el medio del ojete”-, he intentado por todos los medios que ninguna frase de este post superara esa cifra y, sin embargo, he fracasado. Llegado el caso, intentaré negociar para que acepte que la ingesta se efectúe por via oral.