Desde alos tiempos de Astiazarán, el famoso inventor de la apertura Gipuzkoarena, sabemos que si al ajedrez se juega con dos torres, al fútbol se hace con cuatro. Por una cosa y otra, Anoeta estaba abocada a acoger torres: descartado el fichaje del ‘El Niño’ Fernando por inalcanzable y frustrado el de Zigic por excesivamente imaginativo, sólo quedaba la opción de la obra faraónica.

Cada vez que la sección de Deportes del periódico abre con algún nuevo proyecto arquitectónico empiezo a sospechar que cuando el club anuncia que “este año vamos a darlo todo”, el “vamos” se refiere a todos y el “todo”, al patrimonio público. Por lo demás, Kutxa es a las cuentas de la Real lo que la marihuana al coche de George Michael: apenas te asomas, se hace omnipresente. Empiezo a intuir que es la auténtica propietaria del club, pero que, de natural modesta, se resiste a confesarlo.

Los ideólogos de la operación ya anunciaron ayer que las pistas se eliminarán en cualquier caso, aunque la candidatura Ibérica no se haga con sede del Mundial 2018 e incluso si Donostia resulta elegida Capital Cultural Europea 2016. Y la medida afectará a las ocho calles de la pista, pese a que siempre podría estudiarse la posibilidad de dejar al menos una para que Mourinho se tire de rodillas y despelleje las rótulas a su gusto, en el improbable caso de que el Madrid acabe metiendo un gol, así sea en Anoeta.

Quién iba a imaginar que eliminar las pistas de atletismo implicaba de
forma ineludible la construcción de cuatro torres. El objetivo es
acercar las gradas al césped de forma que los susurros de ánimo del
levantisco público realista lleguen con nitidez a los oídos de los
jugadores. Algo así como si el Ayuntamiento, la Real y el Consejo Superior de
Deportes se pusieran de acuerdo para sustitiuir el techo de escayola de
tu dormitorio por un suntuoso espejo, en la confianza de que así
mejorará tu rendimiento.

Y si ni aún sin pistas el jugador consigue percibir las tímidas vibraciones del público, siempre quedará la posibilidad de rodear el campo con esos pequeños receptores de voz que utilizan los padres para controlar si el bebé está llorando en su habitación.