La vieja escuela marxista nos enseñó que la ética no es nada, sino es una ética aplicada. La frase “todos los políticos son unos ladrones” no implica su deportación, si no el refrendo mediante sufragio universal de todos ellos en sus cargos, en algunos casos, incluyendo entre el meritaje de su CV su historial judiciall, mejor cuanto más turbio y abigarrado, véase el caso Fabra. Y si por algún error en el normal desarrollo del proceso judicial dan con sus huesos en la cárcel, nada que no pueda solucionar una fianza millonaria, saldrán entre las ovaciones de sus vecinos.
En cambio, el enunciado “todos los gitanos son unos ladrones” puede conllevar su expulsión de cualquier país europeo, según la nueva doctrina de pogromo para tiempos de Espacio Schengen. Italia, cuna de tantas tendencias artísticas, inauguró esta práctica de la mano de Berlusconi, harto de contemplar desde Villa Certosa a tanto gitano indolente. Y Sarkozy ha continuado en Francia con su personal forma de entender aquello del efecto llamada -llamada a la expulsión, cabría matizar-. Todo esto, en un espacio judicial europeo que garantiza la libre circulación de las personas, las mercancías y los capitales.
El hecho de que la medida se lleve por delante de forma palmaria las leyes de la UE constituye apenas una ligera molestia. De hecho, cazar romaníes a lazo y expulsarlos sin mediar mayores acusaciones, más allá de su molesta condición étnica, constituye una arraigada práctica europea que se remonta a la noche de los tiempos.
Han sido las coartadas las que más han evolucionado. A las acusaciones de robar niños les siguieron diversas leyes, en España, la de de vagos y maleantes. Así, hemos llegado hoy al argumento de los asentamientos ilegales, un rapto de humor en una Europa que ha convertido todas sus costas en una sucesión de urbanizaciones infames levantadas a golpe de soborno. Si alguien quiere ver asentamientos humanos ilegales y a mansalva, ahí está la Costa mediterránea española, ahí está Google Earth.
Aquí hay una gran tolerancia hacia el diferente siempre que su renta per cápita le alcance como para comprarse la condición de excéntrico. El resto permanecerá al socaire de los vaivenes del mercado y, luego, ya buscaremos el aparato teórico que arropen las medidas a adoptar: los africanos son ilegales, los magrebíes pasan sus días deliquiendo, los latinoamericanos empiezan a contarnos sus penas apenas han terminado de hacer las tareas de casa -de la nuestra, se entiende-, y los chinos, bueno, éstos sólo trabajan, lo que demuestra que algo ocultan.
Vivimos en un mundo muy perro en el que los argumentos están muy bien, pero cuya cotización tiende a subir en Bolsa si les respalda una cierta fuerza coercitiva. Israel, ese invento político considerado por tantos europeos como “la entidad sionista”, acabó milagrosamente, casi se diría que mágica, con siglos de persecuciones, expulsones y matanzas de judíos, precisamente -ironías de la Historia-, en toda esta Europa, la misma que ahora tanto se calla.