Leí ayer en el DV que Baketik ha acuñado el término ‘experiendizaje’ y de inmediato sentí el deseo -o mejor aún, la necesidad-, de marcharme a cultivar rica amapola a Afganistán. Para consumo propio, no vayan a pensar mal.

Ya tenemos la colorterapia, la risoterapia y la cocina emocional. Contamos con una nutrida bibiografía en materia de autoayuda. Y hemos recibido a Danel Goleman, a Jorge Bucay y a Paulo Coelho. Y cada una de estas visitas consiguió lo que parecía imposible: que me sintiera, si no peor, sí al menos más Travis Bickle que nunca.

Ante semejante lluvia de esporas, era inevitable que alguna germinara en la fértil tierra vasca. Baketik, que de forma inaudita reivindica con orgullo la invención en exclusiva del término, dice que el ‘experiendizaje’ busca hacer ver que “cualquier experiencia puede servirnos de aprendizaje si tomamos conciencia de ella”. Es estupendo pero la mala noticia es que probablemente así se inventó la rueda hace ya bastantes legislaturas.

Y Baketik dice aún más: que servirá para “aprender a mejorar en los ámbitos de la vida personal, la convivencia y la educación”. Qué guay. Lo que sucede es que además de Arantzazu, también existen la vergüenza y el arrepentiemiento, las noches de insomnio y las citas previas para conocer los resultados. Los arrebatos de ira y el decaimiento, los ingresos limitados y las facturas impostergables, Existen las comunidades de vecinos y el fragor de sus reuniones. Existen también la inquietud, el miedo y la melancolía. Y por último existen la congoja, la desazón, la zozobra y la desdicha.

Y sobre la escombrera que deja todo esto se consruyen los días felices. A los días buenos les siguen los malos. Todos llegan sin avisar, pero habrá que administrarlos con mimo porque los unos y los otros serán lo único que saquemos en limpio de todo esto.

La idea de que haya tanta gente empecinada en convertirme en un ser feliz a perpetuidad comienza a hacérseme intolerable. Ahora que ya que empezaba a resignarme a no poder fumar en espacios cerrados, espero que al menos me dejen entrar en cualquier lado, por muy meditabundo que sea mi estado.

Por lo demás, el término ‘experiendizaje’ se me antoja aborrecible. Fonéticamente, suena a bofetón en la plena cara y desde el punto de vista gráfico, parece alambre de espino.