1) Cada vez que alguien te dice que dios te ha elegido es que quiere tu tiempo, tu dinero, tu vida o incluso los tres. Es lo que le sucede al protagonista de la deliciosa ‘A Jamaâ’. Tras el rodaje de la película ‘Waiting for Pasolini’, quedaron en la ciudad marroquí de Zagora los decorados de la cinta.
De inmediato, todos fueron derribados, salvo la falsa mezquita de cartón-piedra, que pasó a convertirse en el templo al que acuden a orar los fieles de la localidad. No habría mayor problema si el decorado de la mezquita no estuviera levantado sobre los terrenos de un campesino, que desea recuperarlos para su cultivo.
Claro que en la falsa mezquita, regida ahora por un aún más falso imán, no está por la labor. Y el resto de las fuerzas vivas de Zagora, tampoco: la escuela coránica, los candidatos a las elecciones, los vecinos del pueblo…
La película, proyectada hoy a concurso, es una deliciosa actualización del neorrealismo en tiempos de móviles y recupera los especiados sabores de ‘Entre amigos y vecinos’, aquella retrospectiva dedicada al cine del Magreb, en mi modesta opinión, de las mejores de las programadas en los diez años de Administración Olaciregui.
2) Hay que actores que mucho que se esfuerzen e independientemente del guión, siemrpe están mal. A Ricardo Darín le sucede exactamente lo contrario y ‘Carancho’ es sólo la enésima demostración.
En un Buenos Aires nocturno, lugubre y encharcado, un abogado con la licencia en suspenso recorre la ciudad con la frencuencia de los servicios de urgencias pinchada para acudir presto a los accidentes de tráfico. Allí mismo, contacta con los heridos, les acompaña al hospital y poco a poco les persuade de la conveniencia de reclamar una indemnización. A través de sus servicios, claro. Y a veces, llegado el caso, el accidente se simula.
Un guión redondo, unas interpretaciones clavadas y unos personajes atractivos coinciden en una película soberbia. Y negra-negrísima, más negra que los ‘brotes verdes’ de ZP. En algunos detalles recuerda al ‘Distrito Apache’ de Paul Newman; en otros, a ‘Al límite’ de Scorsese.
3) Es recurrente el reproche al Festival y a los festivaleros expresada en la frase: “No pienso ver una película iraní subtitulada en serbocroata”. Pero si las cintas estadounidenses son americanadas, las argentinas, ‘sudacadas’, las francesas, ‘gabachdas’, y las españolas, españoladas o, peor, aún, patochadas de los ‘titiriteros’, hay que reconocer que las opciones se reducen bastante.
En vísperas de la Gran Gala del Cine Vasco, hay que recordar que si tal cosa apenas existe como industria, sí que lo hace como género. Una película vasca es aquélla en la que, llegado el momento de que los dos protagonsitas expresen su amor besándose apasionadamente o incluso echando un ‘polvo’ memorable, en lugar de hacerlo, lo que sucede es que el uno le coge la mano al otro y mirándole a los ojos le dice: “Tú eres mi única patria” o cualquier otra melonada similar. Afortunadamente, hasta en medio de la basura crecen flores y esto ha cambiado en los últimos años de la mano de los nuevos directores que todos sabemos. Conviene recordarlo.