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Alberto Moyano

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Desde Cannes con amour (y 6)

Ricardo Aldarondo

Qué cara de tristeza tenía Almodóvar en el momento de recoger el  premio a mejor guión por Volver. No estaba viendo el galardón que le concedían, sino el que se imaginaba que ya no le iban a dar. Después de premiar a las seis actrices y su guión, ya parecía imposible que recibiera también la Palma de Oro. Y su triste sospecha se ha hecho realidad. Así que esos dos importantes premios se han quedado como algo casi anecdótico: el quería la Palma, y no otra cosa. Y debe dar más rabia cuando ha habido escasos competidores de altura, y uno de ellos no es precisamente Ken Loach, que ha hecho al decir de todo el mundo una película tan típica suya como poco creíble. “Maniquea” fue la palabra que más se oyó para describir The Wind that Shakes the Barley. Lo mismo ha ocurrido con Alejandro González Iñárritu, que se ha superado a sí mismo en su tercer largometraje Babel y ha hecho la película más redonda de la sección oficial, pero se ha quedado con la consolación del “mejor director”. En fin, que los desatinos no se producen solamente en San Sebastián, recuérdenlo.
Y eso de premiar a los actores y actrices, por paquetes… pues parece más que nada una cuestión de comodidad. O una presión corporativa de los númerosos actores que  había en el jurado. Hombre, a Blanca Portillo o Lola Dueñas les ha hecho mucha ilusión subir al escenario del Palais, pero para Penélope Cruz, verse a la misma altura artística que Chus Lampreave, no habrá sido trago de gusto. No nos esperábamos estas cosas de un jurado presidido por alguien elegante y concienzudo como Won Kar Wai.
Y nos tenemos que acordar de los que quizás son los dos grandes perdedores. Aki Kaurismaki, por la injusticia que supone ningunear su pequeño y personalísmo retrato de un hombre enamorado y engañado, con esos colores, ese estatismo y esa emoción subterránea que tienen sus mejores películas. Y Sofía Coppola, porque aunque su “María Antonieta” es un poco como esos algodones rosas de las ferias, tiene una ironía y una frescura que al menos supone un intento de hacer algo  diferente con las películas  de reyes y reinas. Podían haber premiado al menos su gusto escogiendo canciones en combinaciones insólitas, casi a la altura de Kubrick. Pero nada. No importa, Cannes sigue siendo Cannes, con todos sus agobios, y con luces fascinantes: la de los focos, la del cine, la del Mediterráneo.


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