“No fue algo premeditado. Simplemente, ocurrió. Nos pilló de paso y eso que nuestras estancias en una ciudad rara vez pasan de una pernoctación, a ver, que no somos surfers de ésos.
El caso es que estábamos en San Sebastián, en la mejor compañía y, de hecho, la misma de siempre: nuestros buenos amigos Moody’s y Stantard & Poors. Compromisos impostergables nos habían privado de la compañía de FMI, pero estaba previsto que se nos sumara en cuanto resolviera un par de asuntillos.
Y así paseando por esta apetecible ciudad -ingresos apreciables, solvencia dudosa, deuda alta-, nos topamos con una especie de congreso. Aún a día de hoy no nos hemos puesto de acuerdo sobre si en la puerta ponía ‘gastronómico’ o ‘gastonómico’. Alguno de nosotros incluso defiende que era ‘gasto astronómico’. En cualquier caso, entramos.
Y, oye, de maravilla. Nada más llegar nos topamos con el stand griego, una palabra cuya sola evocación provoca en nuestro interior unos ecos insofocables. Ni que decir tiene que, a modo de entrante y para ambientarnos, nos zampamos íntegramente el ‘gyros’, con máquina y todo.
Antes de proseguir nuestro recorrido, ya le advertimos al dueño que en ningún caso los gastos deben superar los ingresos. No obstante, interpretamos que con nuestro consejo estaba más que pagado, así que nos fuimos de gañote. Mientras nos alejábamos del puesto, pudimos ver cómo desde el stand alemán acudían al rescate del griego con una máquina de kebab arretada a los turcos berlineses.
Nuestra siguiente parada fue en el apetitoso puesto irlandés. A lo tonto a lo tonto, nos bebimos una pintas de Guinness. Bueno, en realidad, no dejamos gota en barril. Amarga y negra, decidimos que en ningún caso abonaríamos la factura. En esta ocasión, el rescate corrió a cargo de un stand que no logramos identificar, pero desde el que salían unas voces que decían no sé qué de ‘¡tranqui, que te llevo unas sanmiguel!’.
Comprenderán que a estas alturas de la visita, los puestos iban echando la persiana a nuestro paso. Fue el caso del portugués que, sin embargo, no logró hacerlo a tiempo por cuestión de segundos. Peixe espetada, bacalhau y queijo del Alentejo, todo ello regado con abundante vino verde. Tras asearnos educaramente con las afamadas toallas lisboetas, que a continuación ingerimos igualmente, nos llevamos la mesa del stand y tan sólo un par de sillas, que no queremos que nos confundan con el G-7.
A la vista de que la mayoría de los puestos había cerrado, bien por ser la hora del aperitivo, bien por temor al saqueo, nos fuimos encaminando hacia la puerta, no sin antes saludar con un fuerte abrazo a los atribulados responsables del stand español, que apenas habían terminado de esconder sus jamones pata negra en los lugares más inverosímiles de sus propios cuerpos y que no mencionaré porque es la hora de comer. ‘Recuerda que lo importante es el producto -le dije a su responsable, mientras le propinaba unos cachetitos en el moflete-. Y no pongas esa cara, hombre, que vosotros estáis fuera de peligro’.
Acto seguido, me giré hacia mis compañeros y les dije: ‘anda, vamos fuera a picar algo, que a la tarde volvemos y no les dejamos ni el hueso para hacer caldo’. Dicho lo cual, nos fuimos a tomar unos pintxos. Y oye, no veas qué precios. Cuadrilla de chorizos”.