Alberto Moyano

Amanecía hoy el Kursaal donostiarra flanqueado por una larga cola de
jóvenes, algunos de ellos, con pinta de haberse pasado la noche
defendiendo la plaza. Se trata del casting donostiarra de la nueva
edición de Operación Triunfo, que comenzará dentro de unos meses –se
supone– en Tele 5. Viendo la serpiente multicolor, cómo evitar que te
venga a la cabeza las campañas de captación de nuevos orfeonistas.
La cosa da que pensar. Es obvio que a la mayoría de los candidatos a
popstar, sea lo que sea esto, la música como tal les interesa cero. Es
más: a juzgar por el resultado, el propio casting es un fracaso en sí
mismo ya que únicamente atrae a un único tipo de especimen, deshinbido,
inculto, familiar, con gran disponibilidad de tiempo y prestaciones
vocales standar. A partir de este perfil, los tres o cuatro subgrupos
comparten básicamente los mismos gustos musicales –incluso la ausencia
de gustos musicales–, así como intensa predisposición a acudir a
posteriori a cualquier debate chusco de la tele para explicar su
evolución y la de sus compañeros en el concurso. Y los que no resultan
elegidos saben que las imágenes de su prueba podrían servir para poner
así una nota de humor y relajar tensiones en el programa inaugural.
Lo dicho: la cola crecerá y crecerá durante toda la mañana, pero el
experimento fetén sería que a eso de las once un responsable de
GestMusic se asomará para anunciar que ha habido un error y que el
casting no es para OT sino para –pongamos– Gran Hermano. ¿Menguaría
mucho la cola? ¿Se irían muchos a casa? ¿Aparecerían nuevos candidatos?
Dicho de otro modo: ¿qué habría que decir para que renunciaran a
presentarse?
Lo anterior no debe entenderse como una crítica. Es sólo para fijar
posiciones. Todo esto no tiene nada que ver con la música ni con la
canción. It’s only television… pero les gusta.