Han tenido que pasar veinte años y cuatro días de viento sur para que los grupos municipales donostiarras consigan fijar de una vez por todas cuál será el emplazamiento de la futura -más bien, hipotética- estación de autobuses.
El acuerdo ha llegado de la mano del PP que, demostrando una vez más que esta infraestructura es la distancia más larga entre dos puntos, ha necesitado cambiar dos veces de postura antes de acabar votando a favor de la que contemplaba desde un principio en su programa electoral.
De esta forma, la estación no sólo será ligeramente intermodal, sino profundamente transversal. El acuerdo entre Bildu y ‘populares’ certifica el carácter preventivo del brindis de Semana Grande que protagonizaron sus cabezas de lista. Si el usuario de la estación adopta la misma actitud volátil que los partidos políticos en este tema es probable que quien vaya a sacar un billete de autobús acabe comprando uno de tren.
Nos encontramos otra vez ante el ‘efecto mariposa’: la desactivación de ETA con décadas de retraso permite el acuerdo para construir una estación de autobuses con similar demora de tiempo. Nunca tendremos respuesta para la pregunta de si la construcción de la infraestructura hubiera adelantado el fin del terrorismo, pero ahí queda la sospecha.
El acuerdo, establecido sobre una gran ficción basada en unos plazos que el tiempo se encargará de demostrar imposibles de cumplir, contempla la inauguración del complejo para antes de 2016. Ese año, la Capitalidad Cultural Europea convertirá a Donostia en un polo de atracción turística inimaginable. A día de hoy, con el aeropuerto en agonía y la estación de autobuses en permanente estado de nomadismo, sólo los peregrinos del Camino de Santiago que pasen por aquí tienen asegurada su presencia.