Los emigrantes vienen aquí a quitarnos el trabajo que los jóvenes andaluces no quieren a hacer porque prefieren pasar la jornada en el bar,  viviendo de los impuestos que la nobleza defrauda. He aquí, a grandes rasgos, la visión que uno de los grandes de España supura de su propio país.

El hombre habla por boca de muchos porque en contra de lo que predica la sabiduría popular, el ‘peloteo’ no genera gratitud en el ‘peloteado’, sino un profundo y arraigado desprecio y Andalucía, con un 25% de paro, ha dedicado demasiadas esculturas a la duquesa de Alba, hija predilecta de esta comunidad autónoma, como para pasar desapercibida.

De Cayetano Martínez de Irujo se podrán decir muchas cosas, pero no que tenga demasiadas luces. Lo más probable es que sus más enjundiosos pensamientos obedezcan a una repetición sistemática de lo que ha oído en casa. Por resumir, hay dos Españas que se odian mutuamente con el único objetivo de disimular hasta qué punto se desprecian a sí mismas. En el caso de Andalucía es aún más sangrante, porque en el imaginario popular la tierra de Lorca y Picasso ha quedado reducida a la cuna de las inefables ‘sevillanas’,  las chachas con gracejo bético de las series de televisión y el humor devastador de Los Morancos.

Víctima del caballo, como tantos otros jóvenes de su generación -un saludo a la infanta Elena-, el hijo de Cayetana  considera que los jóvenes andaluces no progresan adecuadamente o lo hacen  en niveles incluso inferiores al de los extremeños, que ya es decir, le faltó apostillar al jinete. Es lo que tiene no pegar un palo al agua en toda la vida: es una actividad tan excluyente que apenas te deja tiempo para pensar.