Con su discurso navideño de anoche, el Rey envuelve en una última mortaja a Urdangarin entendido como yerno. Mediante frases de una profundidad insondable y en todo caso impropias de un presunto campechano -en un estado de derecho, todo el mundo es borde mientras no demuestre lo contrario-, don Juan Carlos dijo que “la Justicia es igual para todos” y que “cualquier actuación censurable debe ser sancionada”. He aquí una muestra de la enjundia del pensamiento político de La Zarzuela, un palacio con nombre de género chico.
Sin percatarse de que las cañas pueden tornarse gintonics, el rey añadió también que “no se deben generalizar los comportamientos individuales”, manteniéndolos al margen de los institucionales, una aseveración que servirá algún día -quién sabe si pronto- para justificar el futuro tránsito masivo del ‘juarcarlismo’ rampante a la desafección monárquica por parte tanto de los líderes de opinión como de la población en general. Dicho en otras palabras, sería injusto obligar al príncipe de Asturias a demostrar que también jugó un papel determinante en el fracaso del golpe del 23-F.
El monarca, supuesto conocedor de los presuntos chanchullos económicos de su yerno desde hace al menos cinco años, se alinea con las teorías de Carme Chacón, firme partidaria del ‘cómo iba a saber yo algo si jamás estuve allí’ . Quizás sea el momento de repasar con perspectiva histórica los discursos navideños que lleva propinándonos desde 2006. De cualquier forma, debe quedar claro que una cosa es Cristina y otra muy distinta Iñaki y que Iñaki no siempre tiene por qué ser Urdangarín.
Dicho lo cual y como es tradición en los hogares españoles en cuanto asalta la conversación algún elemento susceptible de generar fricciones, el Rey pasó a hablar de la ETA porque, por encima de los diferentes niveles de renta que nos separan, están los valores que nos unen. La Justicia debe ser igual para todos; en efecto, es la injusticia la que debe actuar de forma cuidadosamente selectiva.