La situación económica europea hace aguas por todas partes, pero hay que reconocer que nunca hubiéramos llegado a este punto sin el esfuerzo colectivo de todos, consiguiendo propiciar un fenómeno que rara vez se acontece:  hacer las cosas mal, cada uno desde su puesto y en la medida de sus posibilidades, para que los resultados sean invariablemente catastróficos. Por resumir: hay que trabajar más, cobrando menos, sin dejar de aumentar el gasto, si es necesario, mediante el recurso al crédito, todo ello,  a la vez que se reduce el endeudamiento. Se trata, en definitiva, del famoso galimatías.

En el caso concreto de España, la prima de riesgo sigue disparada y ni siquiera la evaporación de Rajoy ha logrado inocular confianza en los mercados. El cambio de Gobierno ha afianzado las políticas erráticas, haciéndose tan imperceptibles en sus resultados que uno comienza a preguntarse si el adelanto electoral no fue una medida de ajuste más. Al fin y al cabo, Rajoy llegó a la presidencia del Gobierno cuando la alternancia en el poder ya se había producido, nada menos que año y medio antes, allá por mayo de 2010.

Así las cosas, la negociación entre patronal y sindicatos se ha convertido en un aburrimiento porque una de las partes no tiene nada que ofrecer a la otra, lo que reduce su margen de maniobra considerablemente. Cuando haya terminado la pantomima, la CEOE habrá conseguido que el trabajador se comprometa a asumir, en todo o en parte, los gastos de su propio despido de copago. Sólo falta establecer la indemnización que percibirá el empresario por año trabajado.

En efecto, estamos peor que nunca, pero tampoco conviene exagerar. Probablemente, el recién estrenado 2012 no será el último año de crisis, pero a poco que se clarifiquen las cosas, será el último que se promocione como tal. A partir de 2013, lo que hoy llamamos crisis pasará a ser el estado natural de las cosas. Mientras tanto, toca someterse al látigo de la flexibilidad, esa fusta que despelleja sin dejar marcas en la piel.