Después de décadas encabezando la lista de las  ‘bestias negras’ españolas en el mercado interior español, el País Vasco ha perdido pujanza en los últimos tiempos en favor de otras comunidades autónomas como Andalucía que, merced a una potente ofensiva publicitaria -que para colmo le está saliendo gratis-, ha conseguido posicionarse como la fuente de todos los males que nos aquejan mediante el sencillo procedimiento de suscitar la envidia general.

Han sido declaraciones sueltas, pero pecaría de ingenuo quien no viera detrás una inteligente campaña de marketing. Primero se dijo que el andaluz es un pueblo que ha elegido el bar como lugar idóneo para disfrutar de los pequeños placeres que brinda la vida, en tanto las aceitunas se pudren en los olivos. A continuación, el hijo jornalero de la duquesa de Alba añadió que no había conocido juventud tan vaga como la andaluza  -y todo el mundo valoró sus palabras como las de un experto en la materia-. Y ahora el obispo de Córdoba asegura que en la televisión -entiendo que se refiere a Canal Sur- y  “en algunas escuelas de Secundaria” incitan a sus alumnos “a la fornicación”. Lo ha dicho con la boca seca y unos labios idénticos a los neumáticos blandos que utiilzan en la Fórmula 1 los días de lluvia.

En este último caso, el problema es que el prelado no termina de dar los nombres de tales colegios, una costumbre teológica muy acendrada, acostumbrada a moverse siempre entre amenazas vaporosas y promesas inconcretas. Convendría que monseñor Demetrio Fernández contara todo lo que sabe, so pena de que los estudiantes malgasten la juventud matriculándose compulsivamente de centro en centro, en un interminable peregrinaje tras las huellas de ese El Dorado sexual.

En cuanto a la televisión, debería denunciar sin pelos en la lengua en qué cadenas y a qué horarios se refiere para que vayamos sintonizando nuestros receptores de plasma ya que ayer, por citar un ejemplo, lo único que acerté a ver en pantalla fue a unos marines miccionando presuntamente -jamás creí que escribiría estas dos palabras juntas- sobre los cadáveres de unos afganos (confíemos en que el prelado no haya interpretado la escena como una intolerable y por lo tanto irresistible invitación a la lujuria).

Ante este panorama, un País Vasco con un conflicto violento en estado agónico y autoproclamada fama de territorio cero/cero en materia de copulación, apenas puede competir con el único atractivo de su oferta gastronómica -por pintoresca que sea- frente a una Andalucía se alza como la tierra de promisión. “Déjate llevar por las sensaciones”, reza la canción de los anuncios turísticos de la comunidad y la verdad es que es para pensárselo. De hecho, hay que hacer acopio de todo el patriotismo donostiarra disponible para no emprender viaje al sur de inmediato.

Desde esta perspectiva impregnada de abnegación, trabajo y sacrificio católico se entiende mejor la pertinaz reivindicación yihadista de Al-Andalus como territorio propio. Lo más probable es que al salafismo internacional se la traigan al pairo el Generalife, los Reales Alcáceres, la Alhambra y hasta la Mezquita de Córdoba, y que lo que de verdad deseen los hijos de Alá sea entregarse a esa vida de molicie física y disipación moral en la que al parecer hozan los descendientes de Amenábar. Anhelo que, por otra parte, todos compartimos, dicho sea de paso.